jueves, 25 de octubre de 2012

El Bien y el Mal

Bien, en primer lugar señalar lo evidente: no podemos justificar la existencia del Mal y el Bien (con mayúsculas). Más bien al contrario, la ciencia nos permite afirmar con gran probabilidad de acierto justo lo contrario: que no hay en el mundo tal cosa. Ahora bien, también es innegable que todos poseemos nuestros ideales sobre lo que creemos que es malo o bueno; aunque, como veremos, se tratan de simples conceptos cognitivos en la mente del individuo.

Nos encontramos con una ilusión similar a la del aparente libre albedrío en el hombre: es cierto que en toda cultura y en toda persona parece haber cierta representación mental del mal y el bien, causa evidente de la enorme ventaja adaptativa que poseer tal concepto ofrece al individuo para vivir en sociedad, pero esa "universalidad" esconde el mayor subjetivismo y relativismo posible. Lo que está bien o mal, no sólo varía de una cultura a otra, de una época a otra, sino también de un individuo a otro.

Cada grupo social y cada individuo toman por bueno -y no siempre conscientemente, y ese es el motivo de que la ilusión de universalidad persista- lo que le conviene para su bienestar, y por malo, aquello que le perjudica o le podría perjudicar personal o grupalmente. Como siempre, en el fondo se trata de tomar estrategias adaptativas que mejoren nuestras probabilidades de éxito reproductivo y de supervivencia.

Lo que es bueno en una cultura determinada en un momento determinado, lo determina una estrategia evolutivamente estable para ese ambiente social. Esas estrategias se van asociando dinámicamente a nuestro concepto de bien (cumplir esa regla EE) y de mal (incumplir esa regla EE). Así, con el tiempo, nuestro concepto de bien y de mal se va moldeando y variando según sea nuestra situación personal y social, es decir, según sean nuestras circunstancias. Si queréis profundizar en el tema, aquí tenéis un estupendo documento introductorio en la teoría de juegos y las estrategias evolutivamente estables (EEE): http://fisica.cab.cnea.gov.ar/estadisti … juegos.pdf

Se suele decir que es imposible imaginar un mundo sin Mal. Es lógico, ya que el mal (en minúsculas, el único que existe) surge del conflicto de intereses en nuestra vida social e interpersonal. Para poder evitar el mal, habría que evitar la conflictividad humana, algo completamente inimaginable partiendo del hecho de que somos producto de un proceso evolutivo consecuencia de una irremediable lucha natural por obtener los escasos recursos del mundo (y no hay que entender por recursos sólo lo material, sino también lo energético y el conjunto de servicios básicos): es evidente que no hay de todo para todos y jamás lo habrá –gracias a las leyes de la termodinámica-, por lo que es imposible imaginar un mundo sin guerras ni conflictos, sin lucha de razas y especies, sin robos, sin asesinatos, sin envidia, sin avaricia, sin muerte, y en resumen; sin todas esas cosas que solemos asociar al concepto de mal.

Esa es la clave del asunto: la lucha por los recursos. En el ser humano, la sociedad necesita leyes o normas que dicten qué está permitido hacer y qué no, y además, instintivamente, se refuerzan esas normas asociándolas al concepto imaginario abstracto del Bien y el Mal, tras lo cual el individuo, y dependiendo de sus circunstancias personales, hará otro tanto, moldeando dinámicamente en el tiempo su concepción de lo bueno y lo malo.

Y precisamente esa subjetividad y relatividad es el gran problema que se encuentran aquellos que intentan hacer de la ética una ciencia. Pretenden universalizar un proceso cognitivo subjetivo del individuo: gran error. Lo más parecido a universalizar la ética, puede venir si acaso, de la mano de ciencias como la psicología evolucionista o de la sociobiología, pero ya eso es otro cantar.