martes, 31 de diciembre de 2013

Sobre una moderna teoría del conocimiento

Tras releer la interesante entrada que Antonio Priante escribió hace ya algo de tiempo en su blog; concretamente este artículo:http://antoniopriante.wordpress.com/201 … -perro-i/, me gustaría compartir con vosotros las siguientes reflexiones:

Antonio Priante dijo:

[...]

Y ahora volvemos al cerebro que ha recibido las señales transmitidas por el nervio óptico. Inmediatamente las somete a tratamiento y, como aquí hemos utilizado el sentido de la vista, lo que sobre todo pondrá en juego es el principio del espacio (si hubiese utilizado el oído sería más importante el principio del tiempo… por la “sucesión ” de los sonidos, ¿entiendes?). Así que, recibidas las señales, les dará una forma y creará un espacio en torno a ellas, asignándoles un lugar en ese espacio, que, insisto, el cerebro crea, es decir, imagina. Porque te habrás fijado que todo este proceso tiene lugar exclusivamente en el propio organismo: una sensación en el aparato ocular, una transmisión por los nervios ópticos y una elaboración en el cerebro. En principio nada nos autoriza a pensar que hay algo fuera que haya desencadenado el proceso, en principio podríamos suponer que todo es pura y simple representación, como pensaba el ilustre Berkeley.

Lo único que nos permite conjeturar la existencia de un objeto exterior es la presunción de que el ojo no se ha autoexcitado, de que el estímulo que recibe procede de una realidad exterior. Pero, aún aceptando esto −y te anticipo que lo habremos de aceptar−, todo el proceso de formación de la imagen y de su ubicación en el espacio ha sido cosa exclusiva del propio sujeto.

[...]
Antonio, en estas entradas de su blog en las que divulga la filosofía de Schop., comienza explicando que nuestra representación del mundo surge simplemente del funcionamiento del propio cerebro, el cual aplica las nociones de espacio, tiempo y causalidad en su discurrir. Es decir, suponemos que el funcionamiento fisiológico de nuestro cerebro crea constantemente una imagen del  mundo a la que llamamos "realidad" o representación. Pero entonces me pregunto: ¿no es el sujeto un mero artificio producido por los propios fenómenos del mundo: una ilusión mecánica?

El cerebro crea e imagina una representación del "mundo", dice Antonio, ¿se entiende entonces que todas esas imágenes son dependientes del objeto cerebral que las conforma, que no son más que puras consecuencias de los fenómenos que conforman el mismo? E igualmente, cuando miro en mi interior, y observo las imágenes que se me aparecen sobre mí persona, ¿no estoy acaso observando sólo otro resultado más del funcionamiento de este cerebro?

Porque el concepto de sujeto sólo puede ser una idea más creada por nuestro cerebro, una idea surgida por el hábito de observar mi cuerpo como objeto independiente del resto de objetos y de observar una constancia en la relación de mis ideas internas e instintivas ¿pero no son en el fondo todas nuestras ideas fruto del tratamiento mecánico de nuestro cerebro?

Más adelante, Antonio dice:

Antonio Priante dijo:

[...]mi cuerpo, como cualquier otro objeto de la realidad, es representación, pero también es algo más. Y es que lo siento, percibo cómo se mueve, cómo sus órganos funcionan, cómo busca el bienestar, cómo rechaza el malestar, cómo huye del dolor, cómo quiere el placer, cómo quiere vivir por encima de todo, cómo quiere, cómo quiere… mi cuerpo es voluntad, y eso es lo que le mantiene vivo, esa voluntad es la esencia íntima de su existencia o, dicho de otro modo, mi cuerpo es la objetivación visible de la voluntad.
Dice, Antonio: yo percibo como mi cuerpo se mueve, quiere, y busca el bienestar, y también que esas acciones o tendencias parecen  que no son racionales, que surgen de otra parte de mi naturaleza. Y me parece bien, pero esa necesidad espontánea, ese querer, ese ímpetu independientemente de la razón debe seguir siendo producto del funcionamiento de nuestro cerebro: debe tratarse de un proceso fisiológico, y así lo corroboran empírica y experimentalmente diversas ramas de la ciencia modernas.

Es decir, que probablemente cuando observamos en nuestro interior, y percibimos esas tendencias o impulsos en nuestros actos, ese querer y necesitar, parece ser que sólo estamos observamos una consecuencia más del funcionamiento cerebral: un producto distinto de la razón, pero aún así fruto de la misma actividad mecánica natural. Toda nuestra función mental, tanto racional como instintiva, consciente e inconsciente, es consecuencia del órgano cerebral, y, por supuesto, todas nuestras ideas internas y externas, nuestra idea del Yo y la de sujeto, también son fruto del mismo procesar fisiológico.

Y como toda actividad mental y todo "conocer" se reduce al cerebro en funcionamiento, y este no es más que una estructura material con un procesar físico y mecánico; no veo posible conocer más allá de los límites impuestos por su propia fisiología natural. De ahí que esa voluntad que todos sentimos, ese ímpetu irracional y ciego, no pueda tener un origen trascendente, sino que debe ser pura consecuencia de nuestra naturaleza material.

Antonio Priante dijo:

Kant ¿recuerdas? había establecido la diferencia entre fenómeno, cognoscible, y cosa en sí, incognoscible. Pues bien, yo, mediante la experiencia de mi propio cuerpo y la observación de la naturaleza, he llegado a la conclusión de que podemos saber algo de la cosa en sí, y lo que podemos saber es que la cosa en sí es ni más ni menos que voluntad o, para ser más exacto, que la voluntad es la manifestación inmediata de la cosa en sí en cuanto entra en la representación…
La experiencia en el propio cuerpo revela una necesidad y un querer, una tendencia o ímpetu a tales acciones; pero como digo, tales experiencias son meras consecuencias de una fisiología natural, por lo que difícilmente vamos a poder transcender el fenómeno mediante esta observación interna. No conocemos nada de una supuesta cosa en sí a partir de nuestras ideas internas, sino que, como mucho, podemos otear nuestra propia naturaleza como fenómeno del mundo. Podemos comprender, con dificultad, que ese ímpetu irracional es el resultado de la naturaleza de nuestro cerebro, y parece ser que dicho cerebro ha ido apareciendo poco a poco mediante un proceso evolutivo.

Con ese estudio interno, lo único que podemos hacer, es describir nuestra naturaleza evolutiva: ese querer ciego e irracional, es una representación del modo en que la evolución funciona, del modo en que nuestro cerebro funciona. Y todas las observaciones que Schop. atribuye a esa Voluntad, son igualmente atribuibles a la naturaleza evolutiva; la cual se reduce a las meras leyes físicas y mecánicas:  ¡Esas son las  fuerzas que intuimos en nosotros mismos! La Fuerza Natural (la Voluntad) que Schop. cree conocer de manera inmediata, no es más que nuestra naturaleza evolutiva...¡pero seguimos estando dentro del fenómeno: del cómo del mundo! sin llegar a conocer para nada por esta vía inmediata, esa supuesta cosa en sí; esa esencia que se supone hay detrás de dichas leyes naturales! 

Es decir, debemos resignarnos y quedamos en Kant, aunque incluso la filosofía de este debe mitigarse un poco. Y es que ese conocimiento del mundo para el que nuestro cerebro nos capacita, no puede ser, una vez que estudiamos el origen y naturaleza del mismo, universal ni necesario: debemos aceptar que ni siquiera podemos conocer con certeza respuestas sobre cómo funciona el mundo.

Hoy sabemos que las categorías lógicas, junto con el resto de estructuras supuestas "a priori", son quizás"a priori" de la percepción, pero "a posteriori" biológicos. Y este origen fisiológico de todas las estructuras innatas, hacen que su capacidad para producir conocimiento se vea mitigada por su propia naturaleza: podemos conocer lo que la evolución nos ha capacitado para conocer, es decir; aquello que hace que el organismo se reproduzca con mayor probabilidad, aquellos fenómenos quehabitualmente se han presentado a los organismos durante el proceso evolutivo.

Estamos hablando de puro conocimiento empírico. Todo lo que la mente humana puede hacer es crear y relacionar ideasempíricas del modo concreto en que la evolución lo ha propuesto en el cerebro tras una experiencia directa y continuacon el medio natural. De ahí surge, por ejemplo,  la ilusión de la causalidad como categoría "a priori". La causalidad es una simple tendencia de nuestro cerebro a relacionar ideas que se nos aparecen habitualmente unidas, y esta tendencia existe y funciona así, porque es el modo en que se favorece la probabilidad de supervivencia del organismo.

Pero, ¡ojo!, esa tendencia evolutiva a relacionar ideas para fortalecer o debilitar una creencia ¡no será nunca capaz de justificar la necesidad ni la universalidad en nuestro "conocer", sino sólo la probabilidad! El cerebro funciona así, debido a la forma en que es el mundo habitualmente ha funcionado a escala mesoscópica por lo menos durante los millones de años que ha llevado la evolución del mismo...

Pero eso es todo: el cerebro no da para más. Sólo podemos asegurar una cierta regularidad en los fenómenos del mundo en una escala determinada y por un tiempo determinado...y en absoluto podemos justificar con semejante limitación una generalización a la universalidad ni la necesidad: sólo podemos hablar de creencias más o menos probables sobre el mundo. Porque, por poner sólo un ejemplo, quizás durante 14.500 millones de años, a escala mesoscópica, la gravedad ha sido una fuerza atractiva pero, ¡cómo justificar que mañana mismo no lo será repulsiva! Es evidente que es poco probable, pero no es imposible...no podemos alcanzar la certeza en el conocimiento, ni siquiera sobre el cómo del funcionamiento del mundo.

¡Un cordial saludo y feliz año nuevo a todos!



domingo, 15 de diciembre de 2013

Sobre la injustificación del "a priori" Kantiano (y de Schopenhauer)

Un par de textos de ejemplo donde Schopenhauer donde se habla de la aprioridad de espacio, tiempo y causalidad. 


Este es de "La cuádruple raíz del principio de razón suficiente", Cap.IV, 21
[...]

Sino que su intelecto tiene que llevar en sí mismo, anteriormente a toda experiencia, la intuición del tiempo, del espacio y, con ellos, de la posibilidad del movimiento, y no menos debe poseer la noción de la causalidad para pasar de la simple sensación empírica a su causa y forjarse luego un cuerpo que se mueve con la indicada configuración.

[...]

Esto sólo nos es posible, porque el intelecto posee de antemano la noción del espacio, como forma del cambio de lugar, y la ley de causalidad, como reguladora del proceso del cambio de las cosas. La existencia de estas formas anteriormente a toda experiencia es en lo que consiste el intelecto.

[...]
Schopenhauer (y Kant) encuentran un problema (identificado ya por el empirismo) y propone una solución (muy bien detallada en la cita propuesta)...pero que parte de supuestos injustificados:

Dado que yo creo conocer, razona Schop., y dado que veo y pienso mis creencias como certeras, debe ser porque mi intelecto posee de antemano nociones "puras" como la del espacio y la causalidad, las cuales me permiten dicha certeza en el conocimiento...¡pero esa argumentación está viciada, puesto que da por "evidente" el supuesto que se quiere demostrar: que nuestro conocimiento es certero y no simplemente una probabilidad causada por el hábito!Y eso sin tener en cuenta la solución propuesta, la cual consiste en proponer una estructura (una noción innata) independiente de la experiencia, sobre la que no se especifica nada a parte de su "mágica" facultad de producir certeza: de su origen, naturaleza, y causa no se dice nada, ni mucho menos se justifican las cualidades que se le otorgan  (en ningún momento se demuestra que las mismas efectivamente tengan la capacidad o la cualidad de ofrecer un conocimiento certero y no sólo probable).

Para que Schop. o Kant hubiesen solventado realmente el problema, deberían haber descrito e indagado en el origen y naturaleza de dichas intuiciones anteriores e independientes de la experiencia; y por supuesto deberían haber justificado a partir de dicho estudio que, efectivamente esas intuiciones aplicadas producen necesidad y universalidad.

Es indudable que poseemos esas "nociones" independientes de la experiencia (ni siquiera Hume lo dudaba, hablando en innumerables ocasiones sobre diversas cualidades independientes del espíritu: como por ejemplo la capacidad de nuestro espíritu para reforzar o disminuir nuestra creencia sobre un asunto a partir del hábito de la observación de casos favorables o contrarios sobre el mismo), pero ¿por qué y como podemos afirmar con rotundidad que dicha capacidad intuitiva nos garantiza la certeza en el "conocimiento"? Y es que bien podría no ser así: la duda sigue vigente, y con ella el problema que el empirismo de Hume sacó a la palestra.

Ya he propuesto en otras entradas una posibilidad (de entre miles) que harían dudar de dicha infalibilidad (que ni Kant ni Schop. se molestaron en intentar demostrar). Me cito de nuevo, con perdón:
Pocos dudan hoy día de que las estructuras "innatas" de los seres vivos, son sólo un resultado de un proceso evolutivo: son quizás a priori de nuestra percepción, pero tienen un indudable origen a posteriori, son a posteriori de la evolución. Las estructuras "innatas" son frutos de la evolución; y son como son, porque así es como se ha capacitado mejor al (se ha mejorado la probabilidad del) organismo para la reproducción y la supervivencia.

Pero es que estos a posteriori biológicos no están legitimados para justificar una necesidad y universalidad del conocimiento mediante su aplicación al entendimiento, sino que, al igual que hacía Hume, sólo nos permite hablar de probabilidad y nunca de necesidad: la evolución no "busca" un entendimiento puro y fiel a la realidad, sino un "entendimiento" que mejore la probabilidad de supervivencia del organismo.
De ser cierto el caso que propongo (y es probable que lo sea),  nuestra capacidad mental sería fruto de un proceso evolutivo natural, y por lo tanto su configuración biológica (esos a posteriori biológicos) no estarían legitimados (o al menos surge la duda de si lo están) para justificar una necesidad y universalidad del conocimiento mediante su aplicación.

Un cordial saludo.

Rüdiguer Safranski hablando sobre Schopenhauer

Os dejo un articulo muy interesante sobre Shopenhauer aparecido en el diario Elpais.

Me ha asombrado mucho como el autor (Rüdiguer Safranski) concuerda con muchas de mis ideas de reconciliación entre la biología moderna (teoría del gen egoísta) y la obra de Schop.:

http://elpais.com/diario/2010/10/16/opi … 50215.html

Pongo algunas citas de interés:
Nuestra época, fascinada por teorías sobre «genes egoístas» y por la reducción del espíritu a las funciones cerebrales, debería considerar la filosofía de Schopenhauer como de máxima actualidad. Pero hay más de un obstáculo para ello. Por más que se celebra la marcha victoriosa de la biología en la técnica y en la ciencia, en general este convencimiento no quiere extenderse a la conciencia pública.
Sabemos que la metafísica, tanto la cotidiana como la que se encarama especulativamente, pregunta por el sentido del todo. ¿Por qué nos desazonamos?, ¿por qué este afán rabioso de trabajo, este correr en la rueda del hámster, este celo procreador? ¿Qué pasa con el todo? ¿Hacia dónde corre? Schopenhauer admite que es inevitable plantear estas preguntas, pero afirma también que no pueden obtener respuesta. La voluntad como fondo de pulsiones se quiere solamente a sí misma, quiere su propia conservación y, si es posible, el propio incremento. No está dirigida a una envolvente finalidad superior. No se esconde nada detrás de ella, fuera de esta ciega pulsión vital -hoy hablaríamos del gen egoísta-, una pulsión que en el hombre está unida con el entendimiento, que por lo regular escucha el mandato de la pulsión (del «interés») y sólo en casos excepcionales se despega de esos impulsos y mira desde la distancia. Según Schopenhauer, es lo que sucede en el arte, en la sobriedad de la ciencia y en una filosofía sin ilusiones. Él escogió a Edipo como patrón protector de su filosofía. El filósofo, escribía una vez a Goethe, igual que Edipo, necesita el «valor de no retener ninguna pregunta en el corazón», aun cuando de ahí se derive lo «más horrible». Para Schopenhauer quizá no se derivó lo «más horrible», pero sí algo descorazonador: la vida se quiere solamente a sí misma y nada más. No se esconde detrás ninguna otra cosa.
También muestra el artículo lo complejo e inútil, además de frustrarte, que es intentar luchar contra lo que somos:
Schopenhauer ha descrito penetrante e inolvidablemente tal superación de la voluntad como instantes de desasimiento, por no decir de redención. ¿Los experimentó realmente? Ahí está su talón de Aquiles. Él no fue ni santo ni asceta. Y tampoco se convirtió en el Buda de Frankfurt. Entendía brillantemente la negación de la voluntad siempre que no afectara a su voluntad. Y a ésta supo abrirle paso, a veces incluso con rudeza. Lo hizo contra su madre, a la que pretendía dar órdenes, como sustituto del patriarca tras la muerte del padre; contra casi todos los profesores de filosofía coetáneos, a los que insultaba como «emborronadores de absurdos»; contra los editores, por los que se sentía engañado, y contra las «mujeres», una especialidad suya (llegó a lanzar por la escalera a una vecina que merodeaba tras él con excesiva curiosidad; por lo menos eso es lo que ella afirmaba). En el café Greco de Roma los artistas que allí se congregaban trataron de impedirle la entrada porque ya no soportaban más su constante regañar y sus aires de sabiondo. En su habitación de Berlín, desengañado y agriado, golpeaba los muebles con el bastón de paseo. Al pedirle explicaciones, refunfuñaba: «Doy cita a mis espíritus». Pero este duendecillo tenía sus momentos de «mejor conciencia», tal como él se expresaba; con todo, quedaba siempre en él una espina cuando no vivía a la altura de su inteligencia.
El artículo merece mucho la pena ser leído.

¡Un saludo!