viernes, 28 de febrero de 2014

Contemplación budista sobre la muerte


CÓMO MEDITAR EN LA MUERTE

Primero realizamos la siguiente contemplación:


Mi muerte es inevitable y no es posible impedir que mi cuerpo degenere. Día a día, momento a momento, mi vida se va consumiendo. La hora de mi muerte es incierta, puede llegar en cualquier instante. Algunas personas jóvenes mueren antes que sus padres, otras nada más nacer, no hay certeza en este mundo. Además, existen innumerables causas de muerte prematura. Muchas personas fuertes y sanas pierden la vida en accidentes. Nadie puede garantizarme que no me vaya a morir hoy mismo.

Después de reflexionar de este modo varias veces, repetimos mentalmente: «Quizá me muera hoy, es posible que me muera hoy», y nos concentramos en la sensación que nos produce este pensamiento. Transformamos nuestra mente en este sentimiento: «Quizá me muera hoy, es posible que me muera hoy», y nos concentramos en él de manera convergente durante tanto tiempo como podamos. Hemos de realizar esta meditación una y otra vez hasta que creamos cada día de manera espontánea que «es posible que me muera hoy». Finalmente llegamos a la siguiente conclusión: «Puesto que he de marcharme pronto de este mundo, no tiene sentido que me apegue a los disfrutes mundanos. En lugar de desperdiciar mi vida, a partir de ahora voy a dedicarla a practicar el Dharma con pureza y sinceridad».

El origen de todos nuestros problemas diarios son nuestros propios engaños, como el apego.[...] Como resultado padecemos con asiduidad diversas clases de desgracias y sufrimientos sin cesar. Cuando nuestros deseos no se cumplen, por lo general generamos sensaciones desagradables, como por ejemplo, de infelicidad o depresión; y tenemos estos problemas porque estamos muy apegados a que se cumplan nuestros deseos. Cuando perdemos un buen amigo sentimos dolor y tristeza, pero es solo por el apego que le tenemos.Cuando perdemos nuestras posesiones, posición social o reputación, sentimos tristeza y nos deprimimos, y es también por el apego que tenemos a todo ello. Si no tuviéramos apego, no habría ninguna base para experimentar estos problemas.

[...] Si pensamos de este modo, podremos vivir en el mundo convencional sin aferrarnos a él. No le daremos tanta importancia y tendremos flexibilidad mental para responder ante todas las situaciones de manera constructiva. Si sabemos que todo lo que percibimos es una mera apariencia, cuando percibamos objetos atractivos, no nos aferraremos a ellos ni sentiremos apego, y cuando percibamos objetos desagradables, tampoco nos aferraremos a ellos ni sentiremos aversión u odio.

Fuente: Budismo Moderno, de GUESHE KELSANG GYATSO.

Esta línea budista de pensamiento, me recuerda enormemente a la postura tomada por Albert Camus ante la realidad absurda. El absurdo de Camus bien se puede comparar a esa contemplación budista sobre la muerte. El mundo es aparente y nuestra mente no puede comprender racionalmente su sentido, ni siquiera la ciencia puede ayudarnos, puesto que se termina perdiendo en metáforas o, peor aún, nos lanza al nihilismo propuesto por las ciencias de la biológica. Necesitamos una razón pero nos topamos con un mundo irracional. Por otro lado, además; tenemos la terrible certeza de nuestra cercana muerte, ¡y sin embargo todos vivimos vehementemente aferrados a nuestros problemas mundanos, como si no fuera posible que hoy fuese el último día de nuestras vidas! Este es el absurdo que Camus descubre, pero del que ya hablaba el budismo siglos antes.

Y ante este desagradable destino que nos es impuesto, Camus propone el total desprecio. Un desprecio, que consiste simplemente en abrazar una absoluta falta de estima por todo; es decir, en rechazar el apego por completo. Nada merece nuestra estima, nada tiene valor; ¿por qué desesperar o deprimirse si todo es pasajero e ilusorio? Si ninguno de nuestros logros o fracasos, de nuestras dichas o desdichas, va a trascender nuestra inminente muerte, ¿qué puede merecer nuestro aprecio lo suficiente como para causarnos desesperación?

Camus y el Budismo, por lo tanto; proponen la misma solución al problema de nuestro sufrimiento: ningunear o despreciar la causa de nuestro dolor.

Un saludo.