domingo, 2 de marzo de 2014

Sobre "La caída", obra de Albert Camus


Hoy he terminado de leer la novela "La caída", de Albert Camus. En mi opinión, y en pocas palabras, el libro es una maravilla. Es imposible que alguien lea este libro, y no sienta resquebrajar parte de las ideas preconcebidas que todos tenemos sobre el modo de nuestro estar en el mundo.

No voy a entrar en mucho detalle sobre todo lo que este magnífico libro nos puede enseñar sobre este mundo que todos creemos, erróneamente, conocer tan bien. Pero sí voy, sin embargo, a detallar un punto concreto -quizás el más importante- que me ha llamado mucho la atención. Un asunto que, aunque parece evidente cuando se menciona, pasa normalmente desapercibido en el transcurso de nuestras vidas diarias en sociedad:

En cierto punto del libro, Clamence (nombre del protagonista de la novela) describe el momento de su vida, en que se hace consciente del hecho de que todo gira en torno a un continuo juicio de valor sobre su persona: se da cuenta, de hecho, de que la vida no es más que un juicio perpetuo; comprueba que todos somos continuamente objetivo de innumerables valoraciones que sobre nosotros vierten otras personas. Clamence vivía ignorante de esta evidencia, era puro instinto. Pero algo tan trivial y simbólico como una carcajada burlona ("¡Pobre infeliz!"), dirigida hacia su persona, lo sacan de su ceguera. Ese desprecio sufrido delante de una muchedumbre lo corroe durante meses. Llega a tal punto que, de tanto rumiar este infortunio, se obsesiona; se vuelve consciente de cada atribución y de cada clasificación que hacen sobre él. Aunque lo peor, sin duda, es que a causa de esta súbita conciencia no puede evitar sufrir una crisis de personalidad: es decir; comienza también él, a juzgarse a sí mismo.

Y en nuestras vidas ocurre exactamente lo mismo. Eso nos quiere decir, Camus. Puede que no seamos conscientes, o que lo seamos muy de vez en cuando; pero la vida en sociedad es un juicio constante de todos contra todos: cada movimiento que realizamos a diario, cada pequeña decisión que tomamos, cada palabra que sale por nuestra garganta; TODO lo que hagamos o digamos, en definitiva, es automáticamente juzgado por toda aquella persona que lo perciba. 

Y la tensión es palpable. Aunque no lo sintamos en la conciencia, cada relación social que mantenemos es una lucha por mantener nuestra reputación. La cosa es así, lo llevamos en los genes. Una necesidad por conseguir estatus y respeto que es, sin lugar a dudas, causa de gran parte del sufrimiento humano.

Pero lo peor es el método elegido por la evolución para que podamos suplir con éxito esta necesidad de alcanzar un buen estatus social: ese método no es otro que la autoestima. Autoestima; que no es otra cosa que el juicio más implacable al que toda persona se enfrenta en su vida: su propio juicio. Un juicio que realizamos sobre nosotros mismos para estudiar, sin cesar, qué es lo que pensamos que los demás opinan de nosotros. Por cierto, y dicho sea de paso, no hay peor tortura que sufrir de una baja autoestima. Como nos enseña Camus, una simple risa burlona, en un mal momento personal, es todo lo que se necesita para hundir la vida de una persona. ¡Cuántos complejos no habrán nacido, fruto de un simple acto de desprecio recibido delante de otras personas!

Y claro, luego está el conocimiento simultáneo del absurdo del asunto. ¿Cuál es el fin de tanto juicio? ¿Para qué tanto empeño en juzgar y en ser bien juzgado? Pues para lo de siempre; para lo único: para nuestra supervivencia y reproducción. Tanto dolor, esencialmente para nada; tanta ansiedad y angustia, para trasmitir una cadena de moléculas de ADN a una nueva generación: ¡no  hay cosa más absurda!

Y además, es un sufrimiento inevitable; es inevitable preocuparse por nuestra reputación. Es tan inevitable, como no sentir aversión por la comida podrida, o no colocar las manos frente a la cara cuando vemos que nos vamos a golpear la cabeza. Esta necesidad de mantener el estatus es instintiva; y poco se puede hacer por controlar tan estúpido mandato biológico. Porque sin duda es estúpido que nos afecte la valoración que los demás puedan hacer de nuestros actos; pero no importa lo mucho que luchemos contra ello, finalmente todo nos afecta por mucho que lo neguemos; porque es que sencillamente no podemos parar de juzgar: nuestra "felicidad" depende de ello, porque nuestra "felicidad", por desgracia, depende de cuanto nos alaben y de cuantos nos adoren; depende de someter y de dominar el juicio ajeno...y cuanto más mejor.

Un saludo, amigos.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Estimado Samu, quisiera hacer una matización a tu entrada del viernes, 28 de febrero de 2014, titulada: "CONTEMPLACIÓN BUDISTA SOBRE LA MUERTE". No es el lugar para explicar realmente en qué consiste, ni el Budismo, ni este tipo de meditación. Tan sólo quiero hacer una breve puntualización, tú dices: "Camus y el Budismo, por lo tanto; proponen la misma solución al problema de nuestro sufrimiento: ningunear o despreciar la causa de nuestro dolor." ES COMPLETAMENTE ERRÓNEO. No voy a entrar a valorar el concepto de existencialismo de Camús, quizá en otro momento. Pero si decirte que para el Budismo (Tanto Hinayana, Mahayana, como Tantrayana) EL DOLOR ES SANTO, pues nos permite INDAGAR EN EL ORIGEN DE NUESTRO SUFRIMIENTO Y ESTUDIAR LAS CAUSAS QUE LO PRODUCEN, y por supuesto, ELEGIR EL CAMINO DE LA CESACIÓN DEL SUFRIMIENTO. Buda da un método el Noble Camino Óctuple, o de las ocho prácticas correctas, (que después de una larga práctica y estudio, descubre el que lo descubre, que en realidad son diez). Deberías repasarte las CUATRO NOBLES VERDADES. Es lo más sencillo del Budismo.
Soy consciente de que el adjetivo SANTO, puede producir náuseas, sobre todo si lo unimos a la palabra DOLOR, o SUFRIMIENTO, pero el descubrimiento esencial y profundo que produce la comprensión de las Cuatro Nobles Verdades de Siddharta Gautama engendra en el que percibe una conciencia de que el Universo/s está/n Nirvanizado/s, pues el Nirmanakaya es uno de los tres cuerpos esenciales de Buda, o del Thatagata.

Es necesaria una firme determinación para penetrar el Budismo, y nunca, nunca se puede obtener nada de él, a través del pensamiento discursivo, EL BUDISMO ES PRÁCTICA, y cómo hablar de él si no se practica. Dicho sea de paso que en el Budismo NO SE PRACTICA EL PROSELITISMO, ningún Budista te dirá nunca que te hagas Budista, antes bien, te dirá que no lo hagas.

Te escribo, por que he tenido una sensación agradable al ver tus escritos, estén acertados o no, y porque compartimos un interés común: cierto tipo de Algoritmos. Trabajo con la A.I., ó I.A. (en castellano).
UN SALUDO.
SPF

Juan Bautista García Cejas dijo...

Muy bueno. De lo que no estoy tan seguro es que se trate de una necesidad instintiva. En el ser humano, natural no es ni la forma de sentarse. Lo demás, repito, excelente.

Anónimo dijo...

totalmente de acuerdo contigo. Gran reflexión.

Jaco dijo...

Increíble lo que hace reflexionar esta obra, muchas gracias por compartir tu análisis.

Unknown dijo...

Yo también lo acabo de terminar, y tu conclusión me ha servido para cerrar algunas ideas, sin duda seguiré tus post, saludos.

Unknown dijo...

Hola Bauti, escribo esto con la esperanza de que me leas aunque tengo la certeza de que no lo harás por el tiempo que separa mi respuesta y tu enunciado. En fin... antes pensaba lo mismo, que lo humano no es natural por ningún lado, sin embargo lo natural simplemente ''no es'', y aunque cueste aceptarlo nosotros tampoco escapamos de ello. Y bueno, regresando al tema, creyéndome un ''loco'' como suele decir la gente, alguien al que aparentemente no le importa los juicios de los demás, tengo que aceptar que el juicio de los de mi especie me afecta en demasía, especialmente en los días en el que el autoestima de uno mismo es el juez más cruel.

Unknown dijo...

Por que se llama la caida

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