sábado, 24 de diciembre de 2016

Pero, ¿para qué quieres que haga todo eso mamá?

“El arte de la vida es el arte de evitar el dolor” (Thomas Jefferson)


No hace mucho escribí en este mismo blog algunos aforismos. Uno de ellos pretendía ser parte de una especie de diálogo entre un hijo y su madre, y venía a decir así:
- ¡Come, hija mía! estudia, aprende, y crece sana. Consigue un buen trabajo, forma una familia y ¡dame nietos!
- Pero, ¿para qué quieres que haga todo eso mamá? 
- ....
Para qué. Dos simples palabras que engloban y participan en cada pregunta filosófica fundamental imaginable. Desde luego, todos los progenitores vivimos en mayor o menor medida con un ansia natural porque nuestra progenie crezca sana, alcance la edad fértil, y acabe ella misma formando su propia familia. Esto es algo natural. Cualquier perjuicio que pueda sufrir uno de nuestros hijos nos duele tanto como si nos ocurriera a nosotros, y toda nuestra conducta termina casi por completo orientada en conseguir precisamente que estos hijos nuestros sigan con éxito el ciclo de la vida.

Necesitamos que nuestra descendencia coma bien y que crezca sin problemas, que se adapten al mundo aprendiendo alguna profesión de manera que puedan conseguir el día de mañana los recursos necesarios con los que puedan hacer frente por ellos mismos al coste vital. Deseamos desde lo más profundo de nuestro instintivo ser que los niños se hagan adultos y que continúen el mismo ciclo en el que nosotros ya participamos.

Todo esto es así; es algo natural e instintivo, y no es necesario siquiera reflexionar sobre el para qué de dicha conducta, es algo que simplemente sentimos. Tampoco el niño suele preguntarse sobre el porqué de todos esos actos "amorosos" del progenitor en su favor, los da instintivamente por algo necesario. Porque el niño conoce también las "reglas" naturales del juego, y actúa en consecuencia continuando el ciclo vital sin ni siquiera cuestionarlo por un segundo.

Por tanto, en el mundo natural, ese en el que todos nos movemos a diario; ni progenitor ni progenie se preguntan por esa velada lucha vital en la que ambos participan siguiendo una especie de simbiosis de sentimientos y emociones que finalmente se traducen en una colaboración mutua que deben obedecer: el primero se convierte en un apasionado maestro y mentor que ya no puede hacer otra cosa más que desvivirse por el segundo, un apasionado nuevo ser que no puede hacer otra cosa más que aprovecharse del esfuerzo paterno para lograr la madurez requerida con la que poder continuar este engranaje vital humano.

Pero como, nos guste o no, jamás podremos poner en duda seriamente el sentido de esta histórica sucesión vital (limitándonos por siempre como especie a actuar pragmáticamente hacia donde la naturaleza nos dirija en cada momento), nos debemos contentar con poder al menos filosofar sobre el sentido de nuestra lucha; pretender comprender la verdadera naturaleza esencial oculta tras nuestros sentimientos.

Y nos debemos limitar a filosofar sobre el tema, porque es un hecho que casi todos sentimos (y obedecemos) de manera innata estas emociones que nos hacen ser primero hijo, y más tarde padre, empujándonos con vehemencia a representar el ciclo de la vida. Ciertamente ninguna reflexión ni razón va a poder cambiar nunca nuestro instinto vital. La evolución ha grabado a fuego nuestras necesidades, y por mucho que reflexionemos sobre tales necesidades, no lograremos modificar nunca qué es lo que queremos ni lo que sentimos. Los sentimientos y las emociones son más fuertes que la razón, y es precisamente esa fortaleza la que blinda los "fines" evolución, los cuales no pueden ser por tanto contradichos de ninguna manera por argumentos llegados desde la reflexión.

Como el maestro Schopenhauer escribió una vez: "El hombre puede, acaso, hacer lo que quiere; pero lo que no puede es querer lo que quiere". Y la causa de esta imposibilidad práctica se origina en nuestra programación cerebral evolutiva. El ser humano es una especie sentimental por naturaleza, y debe siempre actuar de modo que se satisfagan esas innatas necesidades emocionales por mucho que razone sobre el mundo. De hecho, la mayor fuente de dolor que puede padecer un hombre proviene de la frustración aparejada a cualquier pretendida obstinación por ir desde la razón en contra de los instintos naturales evolutivos. Es esa una pelea interna llena de sufrimiento y condenada además desde el principio al fracaso.

En resumen: que ni hijo ni padre saben (ni necesitan saber) para qué nacen y viven del modo en que lo hacen. No conocen ni quieren conocer por qué quieren lo que quieren, sino que les basta con satisfacer aquello que sienten que quieren. Y en realidad, en esto nos movemos todos de una manera u otra: somos peleles, marionetas autónomas obligadas a cumplir una función natural siguiendo una guía emocional. Es evidente para todo aquel que se molesta en reflexionar, que sólo somos complejas máquinas térmicas persiguiendo una única finalidad y necesidad esencial velada detrás de todo lo demás: una necesidad forjada en el caso humano por trillones de conexiones neuronales en el cerebro. Una conexión cerebral que se limita a generar tras su procesado eléctrico una salida enfocada en última instancia siempre en un único "fin": continuar sin interrupción con el eficiente ciclo de consumo y destrucción que la propia complejidad de la vida lleva implícita. Eso es todo. El cerebro en su conjunto es un instrumento natural más, y como tal, debe su ser al proceso evolutivo lo que implica que debe su persistencia también en saber aportar a los "objetivos" evolutivos que le dieron forma. Realmente el padre quiere al hijo y el hijo quiere al padre únicamente porque forman parte de un medio por el que la naturaleza satisface su propia esencia.

Por tanto, la madre del aforismo debería haber seguido el diálogo de la siguiente manera:
- ¡Come, hija mía! estudia, aprende, y crece sana. Consigue un buen trabajo, forma una familia y ¡dame nietos!
- Pero, ¿para qué quieres que haga todo eso mamá? 
- Para que logremos así entre las dos satisfacer una necesidad natural esencial básica: intentar contribuir apasionadamente durante nuestra temporal existencia, y con todas nuestras fuerzas en que el consumo y la destrucción de la energía libre disponible en el mundo se acelere en lo posible. Y lo mejor que puedes hacer por "ayudar" a la naturaleza a saciar su acuciante necesidad de consumo es simplemente continuar el ciclo vital de la manera más "provechosa" posible. Así que come, estudia, crece, trabaja, forma una familia y dame nietos. Y de esa manera ambas nos sentiremos felices, puesto que con esta conducta seremos gratificadas por la propia naturaleza.
No se me ocurre respuesta más honesta que esa. Y nadie sabe realmente si esta tendencia básica natural por "buscar" y "explorar" estructuras y caminos con los que acelerar el consumo de energía libre (i.e., maximizar la generación de entropía) obedece a algún designio o deseo trascendente. No sabemos (ni por desgracia podremos saber nunca) si nuestra existencia, que ahora entendemos como un simple medio con el que lograr de manera eficiente esta satisfacción termodinámica, tiene detrás (más allá del fenómeno) algo así como un Ente (o entes) que de alguna manera saquen provecho de esta "muerte" térmica acelerada de nuestro Universo inmanente. Es posible que sea así, y es posible que no lo sea. E incluso si Alguien o Algo se aprovecha finalmente de esta necesidad natural de destrucción acelerada, todavía tenemos una infinidad de tesis imaginables que podrían explicar cuál podría ser la Necesidad trascendental saciada con un mundo como el nuestro.

Es decir; que incluso dejando de lado la casualidad y el principio antrópico, todavía hay una infinidad de metafísicas posibles que podría sustentar (o no) esta tendencia ontológica natural en favor del consumo acelerado de la energía libre. En mi anterior (y controvertida) entrada del blog, ya comenté a fondo una de tales posibilidades y sus consecuencias éticas: http://quevidaesta2010.blogspot.com.es/2016/12/es-realmente-mejor-el-ser-al-no-ser.html. Evidentemente no es la única posibilidad metafísica imaginable, aunque sí es una cosmovisión completa (no deja preguntas abiertas), y muy acorde con los hechos empíricos observados (es bastante explicativa y sencilla en el sentido de Occam). Pero siendo justos, el diálogo anterior debería acabar de la siguiente manera:
- ¡Come, hija mía! estudia, aprende, y crece sana. Consigue un buen trabajo, forma una familia y ¡dame nietos!
Pero, ¿para qué quieres que haga todo eso mamá? 
- Para que logremos así entre las dos satisfacer una necesidad natural esencial básica: intentar contribuir apasionadamente durante nuestra temporal existencia, y con todas nuestras fuerzas en que el consumo y la destrucción de la energía libre disponible en el mundo se acelere en lo posible. Y lo mejor que puedes hacer por "ayudar" a la naturaleza a saciar su acuciante necesidad de consumo es simplemente continuar el ciclo vital de la manera más "provechosa" posible. Así que come, estudia, crece, trabaja, forma una familia y dame nietos. Y de esa manera ambas nos sentiremos felices, puesto que con esta conducta seremos gratificadas por la propia naturaleza.
- Lo entiendo mamá, pero esa gratificación de la que hablas viene acompañada también de mucho castigo y frustración, de una amarga lucha diaria simplemente por saciar esa necesidad natural termodinámica que comentas. ¿Realmente merece la pena padecer para "ayudar" en semejante fin completamente indiferente a nuestro destino como individuos? ¿Te parece lógico obedecer sólo porque somos chantajeados con un poco de emoción positiva cada vez que actuamos en favor de este fin, y para evitar la emoción negativa que inmediatamente sentimos en cuantos nos salimos del redil? ¿Debemos rendirnos ante esta tiranía natural?
- Hija mía, eso no lo sé. No sé si debemos rendirnos o no ante esta esencia natural que nos engatusa y nos empuja en lo que parece ser su "interés personal", porque no sé qué se puede esconder detrás del fenómeno natural. No puedo comprender si este papelucho que llamamos vida y que nos vemos obligados a escenificar sirve o no para algún fin trascendente. No puedo estar segura de que dejarse llevar no sea la opción correcta porque no sé si alguien o algo hallará después de todo fruto de toda nuestra lucha. Y del mismo modo tampoco puedo valorar, llegado el caso, sobre si dicha utilidad trascendente puede merecer o no la pena. Nuestro conocimiento sobre la Verdadera esencia del mundo es muy parcial, sensible, sesgada y se encuentra velada tras el modo en que nuestro cerebro evolutivo funciona. Valorar si la vida merece o no objetivamente la pena es tanto como pretender adivinar si el mundo natural posee un trasfondo pragmático más allá del mero fenómeno. Todo acaba siempre en una suposición infundada, una pura especulación sobre la esencia y el origen de la propia realidad inmanente: en una creencia y un prejuicio subjetivo y personal de cada hombre que vive y piensa. Han habido de hecho en la historia tantas metafísicas distintas como personas han poblado el planeta; y la vida tendrá o no tendrá un sentido objetivo (externo), pero es ese un conocimiento que jamás nadie podrá abarcar fuera de toda duda. Por lo tanto, yo no puedo más que aconsejarte que simplemente te dejes llevar, hija mía. Que no sufras más de lo necesario luchando contra algo que no puedes comprender si merece o no la pena. Déjate llevar y realiza el trabajo que naturalmente se te ha asignado, aprovecha la más nimia gratificación que se te ofrezca, y evita siempre el dolor que supone contrariar los fines de nuestro "diseñador" evolutivo. Y aunque nunca sabremos si nuestra lucha finalmente irá a servir para algo importante o digno del dolor padecido, al menos podemos mantener la esperanza de que así sea. De todas formas nuestra existencia es breve y de algún modo siempre soportable; y por supuesto, también es confortable saber que cada segundo vivido supone siempre un irreversible paso adelante en favor de terminar con el propio potencial de sufrimiento. Cada uno de nuestros suspiros, lamentos y gemidos consumen necesariamente de un modo u otro este potencial Universal capaz de generar nuevo sufrimiento, y supone al mismo tiempo una aportación en favor de la "muerte" térmica del mundo. Toma así cada instante de tu vida como un pequeño sacrificio gracias al cual todo podría terminar cuanto antes y por toda la eternidad.

sábado, 10 de diciembre de 2016

¿Es realmente mejor el ser al no-ser?

"El único problema filosófico verdaderamente serio es el Suicidio. Juzgar si la vida es o no digna de vivir es la respuesta fundamental a la suma de preguntas filosóficas". (Albert Camus)

"El individuo sólo tiene para la naturaleza un valor indirecto, en tanto que él sólo es el medio para conservar la especie. Además, su existencia le es indiferente y ella misma lo lleva a su ocaso, tan pronto como deja de ser útil para ese fin". (Schopenhauer, MVR II, Cap. 28)


Introducción.

Cuando el otro día me encontré con la anterior maravillosa cita célebre del maestro Schopenhauer, se me vino a la cabeza inmediatamente el hecho de que estas tremendamente reveladoras palabras provienen de un filósofo del siglo XIX, el cual apenas pudo conocer el trabajo de Darwin en la senectud, y que sin embargo fue capaz de aprehender la principal idea tras la moderna tesis biológica del soma desechable simplemente mediante el uso de su intuición y la lógica aplicadas al mundo empírico y la fenomenología inmanente.

Schopenhauer puede considerarse en este sentido como uno de los grandes filósofos de la biología de todos los tiempos, y su obra de hecho está de mucha más de actualidad de lo que puede parecer.

Sin embargo, tan pronto como hice la anterior observación en un foro de discusión que suelo frecuentar, los comentarios se limitaron a reprochar el pesimismo del autor; como si el simple hecho de describir sin vergüenza y con honestidad la triste realidad que rodea al mundo y a la existencia en general fuese en sí un acto miserable.

De todas maneras es comprensible. ¿A quién le puede gustar una filosofía que se limita a revelar y a exponer la realidad pésima de la existencia? Al Universo no le "gusta" que se pongan en duda sus métodos, y mucho menos que se ponga en tela de juicio esa lucha innata que tanto "necesita" que se lleve a cabo, y como remedio y prevención todos llevamos biológicamente programada una animadversión ante cualquier argumentación "racional" que se dirija contra estos "fines" evolutivos. Es así de crudo: tanto asco instintivo sentimos irremediablemente ante el excremento, el mal olor, la auto-lesión o el incesto, como sentimos igualmente ante cualquier razonamiento que ponga en tela de juicio el valor de la propia vida, los métodos que la hacen posible, o los "fines" que ésta persiga. 

Pero igual que se puede vencer con la práctica la tirria hacia el mal olor (como no tienen más remedio que hacer los forenses), también es posible superar este sesgo psicológico que nos ha impuesto la evolución e intentar al menos reflexionar objetivamente y sin prejuicios sobre esta temática. Algunos ciertamente podrán con cierto esfuerzo conseguirlo, mientras que otros no serán jamás capaces de hacer frente a sus instintos. En este sentido, es posible que los primeros comprendan mejor desde la tristeza la realidad del mundo, mientras que los segundos permanezcan resguardados de esta infelicidad ontológica viviendo en ese iluso mundo de fantasía optimista en donde la evolución le ayuda a resguardarse de esta trágica realidad.

De esta manera, invito a todo aquel que se sienta con las fuerzas necesarias para poder debatir sin prejuicios sobre esta posible realidad pésima del mundo a que me acompañe a continuación en una honesta reflexión sobre la conveniencia del ser sobre el no-ser (o del no-ser sobre el ser). Partiremos para ello de la gran obra de Schopenhauer, el maestro de Danzig; y posteriormente iremos poco a poco divergiendo de las ideas de su maravilloso trabajo original para dar paso a una hipótesis diferente, más acorde con los avances científicos que acontecieron tras 1851; año en que publicara su último trabajo filosófico: Parerga y paralipómena (Parerga und Paralipomena. Kleine philosophische Schriften). En realidad, parte de esa divergencia ya la hizo su discípulo Philipp Mainländer, en el cual nos apoyaremos por tanto en gran medida hasta que finalmente también nos veamos obligados a diferir también de parte de sus ideas (aunque esta vez sólo ligeramente), para dar lugar finalmente a la hipótesis que quizás mejor armonice el trabajo de estos grandes autores del siglo XIX con la física y la ciencia más actual.

I. Física.

El mundo como multiplicidad.

Comencemos haciendo notar que la evolución natural que nos dio lugar es un proceso que ocurre dentro del mundo; y que dicho mundo se nos aparece como una representación de fenómenos empíricos fundamentalmente de movimiento y de multiplicidad. De hecho, no habría multiplicidad sin la posibilidad del movimiento y viceversa. También se supone que el Universo disfruta de cerca de 14.000 millones de años de existencia, y que "antes" de eso, es posible que no fuera (o que fuera otra cosa). Por lo tanto, podemos afirmar sin miedo a equivocarnos que es posible un no-ser (o un ser de otro modo), y este hecho justifica totalmente poder hablar sobre el estado más deseable entre este ser nuestro dentro del mundo, y ese otro no-ser o ese ser diferente. 

Una vez legitimada la pregunta podemos continuar. Hemos visto que nuestro mundo es movimiento y es multiplicidad fenoménica; pero es algo más: es competición. Cada partícula que se forma en el mundo, es el resultado del triunfo de un estado energético concreto por entre una multitud de estados alternativos posibles; cada átomo que aparece y permanece estable en el ser, es el resultado de una "victoria" estructural por entre miles de alternativas factibles. E igualmente cada molécula que logra su ser es fruto de una victoria potencial frente a diversas opciones que podrían ("querrían" en cierta medida) ser. Luego, cada molécula participa en agrupaciones mayores (macromoleculares), cuyas estructuras son también resultado de una dura lucha por el ser de ese modo particular dentro de la infinita combinación de estados posibles dentro de esta multiplicidad potencial. Se observa, de hecho, por todas partes una especie de irresistible "sed" existencial.

El curso de un río, por ejemplo; es una consecuencia global de esta suma competitiva por el ser en cada nivel de abstracción inferior. La estructura espacial del río fluye por entre un camino marcado por una histórica lucha entre la energía potencial del agua y la de la tierra y el lodo depositado sobre la corteza terrestre. Y el curso actual de cada río nos cuenta precisamente el desenlace existencial de esta lucha milenaria. Pero también el propio agua y la propia tierra son a su vez triunfos respectivos dentro de una lucha molecular en pos de la estabilidad energética; y por supuesto también la estructura atómica de dichos componentes forman igualmente parte de esta batalla fenoménica Universal. Se puede palpar en cada rincón de la realidad que el mundo no es otra cosa más que lucha y disputa existencial por el ser y el permanecer.

Cuando un tornado se forma, es también una suma organizada de componentes luchando por permanecer la que tiene lugar. Todas esas moléculas que conforman las corrientes de aire, una vez ganada la batalla de su propia estabilidad, participan luego en esta agrupación que da lugar a un nuevo fenómeno que luchará con el mismo ahínco por su derecho existencial contra el resto de combinaciones estructurales que no permitirían su seguir siendo. El tornado (o el huracán, que para el caso es lo mismo) se mueve siguiendo siempre aquellas trayectorias que mejor garantizan su permanencia en el tiempo (aunque finalmente su "empeño" sea vano y la inestabilidad lo haga finalmente desaparecer).

Pero, ¿qué quiere todo esto decir? Pues que todo lo que vemos en el Universo, desde el fenómeno más simple (la formación de los átomos y las partículas compuestas) a los más complejos (las estructuras galácticas, los fenómenos inorgánicos complejos -como los huracanes-, y por supuesto, la propia vida), se reducen por completo a la obediencia de un único y simple "deseo" Universal: pretender la existencia dentro de la multiplicidad utilizando cualquier método natural disponible dadas las circunstancias. Se puede decir de este modo que todo fenómeno natural "desea" el ser y permanecer, y que es esta "necesidad" básica existencial la culpable de toda la dinámica y el cambio dentro de la multiplicidad observada en el mundo.

Sin la lucha y la confrontación entre estos múltiples estados naturales posibles todo sería homogéneo e inmóvil. No habría cambio alguno, puesto que todo estaría siempre tal cual "deseara". Pero ocurre que no es posible que todo fenómeno se encuentre siempre en su estado "deseado", puesto que las reglas físicas del mundo no permiten compartir un mismo estado entre varios entes diferentes, y ocurre así un proceso natural de interacción, el cual es fundamental para lograr la posibilidad de la disputa de la multiplicidad por esos estados "deseables". Una mota de polvo en el espacio, por ejemplo; "querría" ser siempre el mismo fenómeno y mantener su esencia por toda la eternidad: es decir; "desearía" mantener su inercia. Pero tal cosa es imposible puesto que tan pronto como otro objeto inercial se acerca al anterior, se produce una interacción entre ambos, y ciertas fuerzas naturales modifican finalmente el estado de cada objeto. En este ejemplo marcado se produce en realidad una disputa por permanecer siendo del mismo modo (de persistir en el mismo estado); resultando sin embargo tras la interacción (teniendo en cuenta únicamente la perturbación gravitacional) que el cuerpo que posee más "masa" vence y perturba en mayor medida al más "débil" (al menos masivo). En este sentido, el cuerpo más masivo "destruye" en mayor medida el estado de inercia (el ser) del otro cuerpo, el cual se ve vencido como tal. El mundo impele de este modo, mediante sus reglas esenciales, una lucha natural de todos contra todos con el único objetivo discernible de ser y permanecer.

La razón de ser de la evolución.

Todos los procesos que hemos visto describen el modo en que se mueve el Universo, es decir; su dinámica. Los fenómenos se mueven siempre buscando ser y permanecer, y eso determina una dinámica general para el mundo: la lucha. Observamos por lo tanto en el mundo una voluntad constante y vehemente por el ser, y; por supuesto, huelga decir que también reconocemos esa voluntad en todo ser vivo. La propia evolución de la vida aquí en la Tierra, como bien explicó Darwin, se basa fundamentalmente en la pugna y la disputa entre especies; donde ocurre que todos los individuos de dicha especie desean el ser y el permanecer luchando todos con ahínco en pos de esa única finalidad existencial. Desde el microbio más insignificante, hasta el organismo más complejo, basan todos en último término siempre su razón de ser en este, en principio, irracional ímpetu de continuidad.

Schopenhauer intuyó sin duda todo esto, y de ahí vino su famosa afirmación de que:
"La vida es una cacería incesante, donde los seres, unas veces cazadores y otras cazados, se disputan las piltrafas de una horrible presa. [...] una historia natural del dolor, que se resume así: querer sin motivo, sufrir siempre, luchar de continuo, y después morir... Y así sucesivamente por los siglos de los siglos hasta que nuestro planeta se haga trizas"
Y esto es a grandes rasgos indudablemente así, puesto que ya antes descubrimos que la razón de ser de cualquier tipo de evolución física; lo que permite la dinámica de su proceso, es a fin de cuentas sólo una violenta desesperanza por el ser. Cada movimiento de cada ser vivo, al igual que el movimiento de todo ente inanimado, va encaminado de esta manera necesariamente siempre hacia la persistencia y la estabilidad del propio fenómeno del que se forma parte, y en cada capa anidada de abstracción. En este sentido, la única voluntad que mueve cada uno de nuestros actos; cada uno de nuestros anhelos existenciales, es la satisfacción de un solo y único deseo: seguir siendo.

Visto lo visto, no cabe duda de que nuestro cuerpo (nuestra estructura corporal física), es efectivamente resultado de una historia natural de padecimiento y dolor. Miles de billones de fenómenos anteriores a nosotros; los cuales también deseaban como nosotros continuar con su ser, perecieron derrotados en esta lucha sin cuartel en la que nosotros mismos participamos hoy día a diario. Y fue la voluntad de todas esas especies -ya hoy extintas-, la misma voluntad que usted y yo, querido lector, representamos con nuestro ser; y de la misma manera que ellos hicieron, también nosotros inevitablemente nos vemos obligados, debido a esta apasionada voluntad de vida compartida por todos, a dañar inevitablemente con cada uno de nuestros pasos la propia necesidad de persistencia de multitud de otros seres. Con cada minuto que seguimos vivos; con cada suspiro, infligimos necesariamente dolor y sufrimiento. En este sentido, por ejemplo; nuestro cuerpo, formado por trillones de células cooperando en pos de ser "humano", elimina y destruye cada segundo a otros tantos millones de parásitos y microbios cuyo único pecado fue compartir esta voluntad esencial por el querer ser. Del mismo modo, también devora cada hombre a modo de "alimento" a lo largo de su vida a miles de otros seres multicelulares, e incluso a veces, de manera paradójica, son los propios constituyentes celulares del cuerpo los que deciden romper la alianza y emprender su propio nuevo ser a costa del que desde ese momento se convierte en un huésped del que alimentarse. A este proceso de rebeldía interna lo llamamos cáncer y lo entendemos como una enfermedad, pero en realidad no es tal cosa, sino una manifestación más de esta voluntad Universal por el mero ser, donde, literalmente; un nuevo ente evoluciona en el ecosistema que conforman nuestras entrañas. Las guerras, la agresión, la opresión, el maltrato, el robo son algunos ejemplos más, e incluso se podría hablar en cierto sentido de que incluso cuando respiramos y digerimos alimentos ocasionamos "padecimiento" conforme rompemos de continuo enlaces moleculares estables los cuales no "deseaban" dejar de ser y persistir del modo en que eran. Es esta esencial voluntad de persistencia compartida, dentro de un mundo donde la interacción física obliga a luchar de continuo por no dejar de ser, lo que llena la realidad de destrucción y de dolor, de un vehemente sufrimiento en pos de una simple necesidad que satisfacer: ser y permanecer dentro de la multiplicidad de todas las maneras posibles y a cualquier coste. Y sólo un necio o un ciego se negaría a reconocer esta evidente representación Universal de dura y dolorosa competición por el mero ser. 

Pero resulta que a pesar de su reticencia, todos los fenómenos aparecen y desaparecen tarde o temprano, cambian y se transforman unos en otros, se agrupan para conseguir ese mayor poder que otorga la suma de fuerzas; y, llegado el momento, acontece finalmente en el Universo una combinación estructural capaz de llevar esta voluntad por la existencia a un nuevo grado de complejidad: hablamos de la aparición primero de estructuras físicas auto-replicantes, y más tarde, de eso que entendemos por evolución biológica (como la acontecida aquí en la Tierra). La capacidad de auto-replicación supone una clara ventaja a la hora de satisfacer la voluntad existencial (una copia exacta de un ser estable, es garantía de aumentar la probabilidad de persistir en el tiempo), y la posterior evolución biológica supone una escalada exponencial en esta Universal confrontación vital. Las presas y los cazadores ya no se encuentran fortuitamente como en el mundo inanimado, sino que ahora la irracional voluntad por el ser y el permanecer busca y destruye activamente dentro de la multiplicidad, al "adversario". 

Es por lo tanto con la vida animada cuando el mundo encuentra finalmente una manera de explorar nuevas y fascinantes maneras de ser, pero también de devastar. La evolución física es capaz de llevar con el tiempo, y en cuanto las circunstancias lo permiten, esta "sed" natural de exploración existencial a niveles que van mucho más allá de las "pocas" combinaciones moleculares básicas posibles con la química básica; y logra, mediante la agrupación y la cooperación de grandes grupos de estas, al origen de un vasto nuevo campo de indagación combinatoria siempre en busca del ser por el ser, y sin ninguna razón "aparente". 

La tesis del soma desechable.

En biología hace tiempo que se habla de la inutilidad del individuo más allá del provecho que otorga como un mero medio con el que la Naturaleza consigue "saciar" su voluntad de ser y permanecer. El individuo es en este sentido el soldado que va al frente de batalla, el que verdaderamente lucha y sufre en favor del ser por el ser; un vehemente combatiente que padece y agoniza en pos de una batalla perdida de antemano puesto que finalmente nada permanece por siempre, ya que todo; tarde o temprano termina siendo devorado por esa misma voluntad reflejada en un "adversario" (inerte o animado; es decir; accidente o depredación). 

Tristemente, atisbamos un Universo de constante movimiento y cambio; donde es inevitable que cualquier estructura llegado el momento deje de ser al verse modificada por el movimiento de otro ser; pero donde al mismo tiempo cada ser se afana y necesita permanecer en su inercia existencial. Los cuerpos se ven obligados entonces a reagruparse y a "cooperar" para sumar fuerzas de modo que sea el "otro" el que modifique en mayor medida su ser. Todo ocurre por tanto en medio de una lucha Natural, de una dura e interminable competición entre seres deseosos de seguir siendo. Los fenómenos del mundo luchan todos contra sí mismos; y tan pronto una estructura logra una estabilidad física, hará posteriormente todo lo posible por mantenerse en el ser, destruyendo y devorando cualquier competencia fenoménica.

Con la vida, la cooperación multicelular lleva a la aparición de grandes y complejas máquinas de defensa y ataque; máquinas de guerra que conforman a los individuos y que son las encargadas de velar por la permanencia del molde o la "plantilla" de la propia estructura que les da forma (lo que se entiende por el genoma). Lo que le verdaderamente importa no es la permanencia del soldado individual, sino de las instrucciones que permiten la replicación de esa estable estructura. Y es mantener en la existencia esta plantilla capaz de generar nuevos soldados lo que le interesa al mundo, y no un soldado cualquiera. El soma es prescindible, y la voluntad se centra en el genoma.

Se puede comprender que dentro de la multiplicidad y la agresión mutua en que se mueve el Universo, la evolución de la vida ha supuesto un novedoso modo de estabilizar al ser mediante la auto-replicación. Y de esta manera, mediante la vida se consigue que aunque cualquier accidente o agresión pueda todavía destruir por completo (como ocurre también en el mundo inanimado) a un individuo en particular, que en el caso de la vida la verdadera esencia de dicho ser permanezca en el resto de copias exactas (o casi exactas) del individuo aniquilado. La lucha por el ser alcanza así un nuevo modo de defensa y agresión; es decir, de auto-conservación. Pero es importante hacer notar que los seres vivos, como los inanimados, sólo poseen (sólo pueden poseer) la misma y única finalidad esencial posible en sus entrañas: la voluntad de ser y permanecer. Fuera de esta voluntad existencial, no cabe ni queda en el mundo nada.

II. Metafísica.

La esencia de la voluntad.

Llegamos ahora a un punto importante. Visto que en el mundo todo es pura representación de una multiplicidad que lucha de continuo por el ser, y sin más objetivo que el ser; podemos preguntarnos entonces sobre la esencia que podría nutrir tan apasionado fin. 

En el Universo observamos fenómenos que luchan y pugnan por afectar y por no verse afectados, por permanecer siendo lo que son y mantener así su inercia. Pero también vemos que cualquier estabilidad es temporal, y que tarde o temprano siempre se cae víctima del accidental encuentro con otro fenómeno cualquiera. Los fenómenos por tanto comienzan una guerra dinámica de "agresión" que lleva primero a la agrupación de partículas formando átomos, luego a la agrupación de átomos formando moléculas, y luego a la agrupación de moléculas formando estructuras complejas ya con infinitas combinaciones posibles de estado. Y es mediante esta confrontación en busca de la estabilidad como en el Universo ha ido apareciendo toda la diversidad fenoménica; desde el propio átomo, hasta las estrellas y los planetas. 

En este sentido, es lógico pensar que algún tipo de naturaleza esencial debe imponer y decidir las reglas de combate (las leyes naturales), y que también será la fuente u origen de la multiplicidad que vemos representada en el fenómeno; debiendo por último también ser la Verdadera causa de la vehemente voluntad de ser y permanecer que vemos imbuida en cada ente a nuestro alrededor. Podemos decir, por tanto, que toda esta apasionada lucha por la existencia en la que obligatoriamente se ve envuelto cualquier fenómeno que llega a la existencia, es precisamente el fiel reflejo de una Voluntad esencial que transcendente al mundo.

La cosa en sí, el verdadero motor del mundo del que sólo podemos atisbar algo de su esencia mediante la reflexión inmanente del fenómeno y mediante nuestra propia introspección, es pura Voluntad de ser. Es esa Voluntad que trasciende al fenómeno y al mundo en general la que determina el modo en que se comporta luego el fenómeno. Es la causa de la multiplicidad fenoménica, pero también de la lucha y la pugna del propio fenómeno contra sí mismo. Es por lo tanto el verdadero soporte del Universo, un trascendente ímpetu existencial

La historia natural de nuestro mundo es de este modo un mero reflejo de este deseo esencial por el ser y el persistir, por lograr la existencia definitiva; la victoria final, por conseguir el cese del movimiento y el accidente...por lograr la inmortalidad fenoménica mediante el perfecto destructor, o quizás por lograr mediante este perfecto destructor fenoménico acabar con la propia inmortalidad esencial. En este sentido, el proceso físico evolutivo acontecido desde la génesis del mundo no es otra cosa más que el método utilizado por la Voluntad para saciar su apetito; la manera en que la esencia del Universo va intentando mediante ensayo y error lograr su ansiado objetivo. Aparece el mundo así como un escenario donde la velada esencia va representando mediante el fenómeno la mejor manera de lograr la multiplicidad del ser de modo en que pueda lograr su codiciada satisfacción. El mundo de la representación vendría a ser fruto de algo así como la "imaginación" de la Voluntad esencial, la cual estaría de este modo explorando y buscando por entre la infinidad de combinaciones la estructura fenoménica perfecta, el candidato que mejor pueda saciar su ímpetu esencial. 

Entre Schopenhauer y Philipp Mainländer.

He comenzado hablando de Schopenhauer, y no he parado de mencionar a la voluntad como origen de toda la dinámica del mundo, pero como cualquiera que conozca la filosofía de este autor podrá reconocer, no me he limitado a divulgar tal cual las ideas de este filósofo, sino que las he mezclado en parte con las de su discípulo: Philipp Mainländer.

Schopenhauer no llegó a conocer en vida con plenas facultades mentales la teoría de la evolución de Darwin, sino que sólo lo hizo en la senectud apenas antes de morir y sin tiempo ya para modificar a partir de ella su ya consolidada filosofía de la Voluntad. Tuvo que ser por tanto su discípulo Mainländer, el que introdujera en parte estas modernas ideas evolutivas junto con otros nuevos descubrimientos llegados esta vez desde la física con el advenimiento de la termodinámica y el concepto de entropía. La filosofía de Mainländer introduce bastantes modificaciones a las de su maestro, pero en realidad todo se puede reducir a muy grosso modo con la introducción de un sentido para la Voluntad trascendente del mundo. 

Para Schopenhauer, la Voluntad es una fuerza esencial irracional y ciega, que sólo pretende el ser y el persistir de todas las maneras posibles, luchando y devorándose a sí misma simplemente como un medio para explorar y experimentar nuevas formas de existencia. Y era por esta causa que, según Schopenhauer, no se viera ninguna razón u objetivo detrás de la lucha existencial: todos los fenómenos parecían luchar con todos los demás en lo que parecía ser una cacería interminable de creación y destrucción sin finalidad esencial. Pero nuestro mundo no es así. Como hemos dicho, por ejemplo desde Darwin se comprende que el cambio en el ser biológico (las especies) atiende a un proceso de selección y optimización sobre "el más apto"mientras que la termodinámica nos dice que la evolución y la dinámica física en general también procede de igual manera mediante un proceso de selección y optimización de aquellos estados físicos "más estables".

Y es a partir de estos dos hechos que Mainländer llega a la conclusión de que existe una cierta equivalencia entre la voluntad física termodinámica y la voluntad evolutiva biológica, y engloba por tanto ambas voluntades como la misma representación de un único "deseo" esencial. Por lo tanto, la Voluntad en Mainländer no va a ser una ciega e irracional sed por el ser de todas las maneras posibles, sino un apasionado ímpetu por alcanzar aquellos fenómenos que más y mejor acaten el proceso de creación y aniquilación; pero siempre de manera que la suma de fuerzas en el mundo sea cada vez menor (i.e. que se optimice su consumo global en el tiempo).

Lo que la cosa en sí busca desesperadamente no es por tanto ser y persistir, sino todo lo contrario, hallar el modo en que el cese potencial de nueva existencia llegue tan pronto como sea posible: y eso lo consigue precisamente explorando por entre la infinita representación combinatoria de estados, buscando exponencialmente (evolutivamente mediante la competición directa) entre todos los fenómenos posibles, aquellos que más rápidamente logran disminuir la suma total de fuerzas (es decir, que más rápidamente logran aumentar la entropía y consumir la energía libre disponible para realizar nuevo movimiento efectivo). 

Fue por tanto esta esencia del mundo la que impuso la regla de que la estabilidad fenoménica dependa de que la entropía global producida siempre aumente para que un estado sea estable (lo que se conoce como la segunda ley de la termodinámica); y de hecho fue así, mediante este simple mandato físico, y con el consecuente "deseo" intrínseco impuesto hacia el ser y persistir (estables), como la cosa en sí inició la ya inevitable guerra evolutiva Universal mediante el sencillo método de favorecer físicamente la persistencia en aquellas estructuras que más y mejor aumentan la entropía (es decir; que son más estables). Y dado que el aumento de entropía, el consumo de energía libre, y la cantidad de movimiento generado (trabajo) son conceptos muy relacionados; se puede concluir que lo que la génesis del mundo supuso realmente, fue el inicio de una metodología con la que encontrar aquellas estructuras físicas más optimas a la hora de devorar toda la energía potencial disponible de modo que el fin en la posibilidad de nuevo movimiento y cambio llegue tan rápido como sea permisible dada las circunstancias.

En pocas palabras: el mundo de la multiplicidad fenoménica arrancó según lo visto con el marcado objetivo de lograr su propia aniquilación "térmica" de la manera más acelerada posible. Y este hecho lo interpretó Mainländer como si nuestro mundo fuese el resultado del acto (el único acto) tomado por una trascendente y eterna Unidad primigenia (anterior a lo que entendemos por Big Bang) que; no pudiendo soportar más el hastío de su eterno Ser, decidió su auto-aniquilación: pasando de este modo al no-Ser de la única manera en que la esencia de su potencial le permitió: esto es, mediante su transformación en multiplicidad y en posibilidad de movimiento en potencia (i.e.; espacio, tiempo, energía, materia, fuerzas y leyes naturales). Pero además, esta Unidad premundana quiso que su paso al no-Ser finalizará cuanto antes; por lo que realizó su "transfiguración" de una manera con la que se garantizara que todo cesaría, y que lo haría tan pronto como fuera posible dadas las circunstancias: y de aquí precisamente vendría este ímpetu por el ser y permanecer, y esa selección y optimización de las estructuras que más energía consumen. La vehemencia por el ser (entendida como voluntad de vida), sería de esta manera solamente el medio necesario con el que lograría acelerar el verdadero fin, que no sería otro que el de la voluntad de muerte. 

Así pues, todo el Universo observado (su génesis) sería fruto efectivo del "suicidio de Dios" (de la eterna Unidad primigenia), y por lo tanto, los fragmentos de su esencia se encontrarían repartidos y representados en cada una de las partes de la multiplicidad que generó su muerte. De este modo, cada ser parece ansiar su persistencia, pero lo hace realmente de manera indirecta, sólo como un medio para acelerar el bien común (esencial): la pronta muerte térmica del mundo. De esta manera, la verdadera voluntad de muerte se debe retrasar en lo posible de manera que cada ser aporte su máxima capacidad de consumo y de destrucción antes de desaparecer. Y es esta necesidad personal en el aplazamiento (el freno) ante la verdadera voluntad por el no-ser, lo que lleva a requerir en primer lugar con apasionamiento el ser; pero siempre como un mero medio en favor del futuro bien común cuando se alcance rápidamente, gracias a cada aportación individual, la imposibilidad existencial. Se puede decir, por tanto; que fue necesario recubrir y velar de alguna manera la propia voluntad de muerte (de no-ser) con la voluntad de vida (de ser). En palabras de Mainländer
"En el hombre, pues, la voluntad de morir, que es el impulso más íntimo de su ser, no está solamente recubierta por la voluntad de vivir, como en el animal, sino que se eclipsa completamente en lo más profundo, desde donde se manifiesta, de tarde en tarde, como un profundo anhelo de reposo"("Filosofía de la redención", Metafísica, 13).
Pero tenemos modos de desvelar la realidad; podemos experimentar con el mundo inmanente para desenmascarar la verdadera voluntad, que no es de vida, sino de muerte. Dejada, por ejemplo; una cepa de bacterias en una placa de Petri, dicha cepa persiste con vehemencia en el ser hasta que todos los nutrientes (energía potencial) han sido devorados; y es entonces cuando la voluntad de muerte se hace patente: se puede ver claramente como las bacterias han buscado en realidad activamente desde el principio su auto-destrucción, pero que lo hicieron recubiertas por una ilusoria voluntad de vida que les ayudó a prosternar su fin hasta que su tarea termodinámica fue finalizada: entonces, y sólo entonces, lograron su merecida redención. Si repetimos el experimento, pero en este caso vamos añadiendo nuevos nutrientes a la placa, la cepa mantiene su ímpetu por persistir mientras su tarea no se pueda dar por finalizada: esto es, mientras reste energía que consumir y potencial que destruir. Además, el caso de las bacterias es ejemplar, puesto que se trata de una estructura animada y autorreplicativa, por lo que la artificial voluntad de vida imbuida en ella es capaz de llevar a cabo esta esencial tarea de destrucción de manera exponencial.

Y dicho todo esto, ahora podemos también comprender sin falacias la verdadera esencia y voluntad en el hombre. Ahora entendemos la supremacía humana como especie en el planeta: resulta que la evolución ha logrado en nosotros alcanzar un poder de destrucción nunca visto antes (al menos por estos lares). El ser "humano" no es sino una extraordinaria estructura consumidora de energía útil; un fenomenal devorador de gradientes energéticos. El hombre es la máquina más óptima acontecida de momento sobre nuestro planeta; un medio natural capaz de llevar la esencial voluntad de muerte y destrucción hasta cotas insospechadas; e incluso posee el potencial teórico para extender dicho consumo más allá de su lugar de origen (hecho claramente representado por la vehemencia con la que pretendemos la colonización de otros planetas). Es más, la humanidad podría inclusive participar activamente (ya lo ha hecho en parte) como catalizador de nuevas estructuras artificiales con capacidades sobrehumanas en favor de este fin por la aceleración de la "muerte" térmica (el advenimiento de una inteligencia artificial general sería un logro en este sentido).  

En cierto modo no somos tan diferentes de esa cepa de bacterias aisladas que digieren nutrientes; en nuestro caso, el aislamiento es el planeta Tierra, y nuestra tarea antes de lograr la redención completa (nuestro fin como especie) es acaparar y devastar lo más rápido posible toda la energía ("nutrientes") que hallemos, favoreciendo por el camino la construcción de máquinas inteligentes autorreplicativa que sobrevivan (o provoquen) nuestro fin, y que hereden además nuestra asombrosa habilidad de consumo, expandiéndola luego mediante la colonización por todo el Universo. 

III. Discusión.

¿Ser o no-ser?

En la práctica, la cuestión entre el ser o no-ser en realidad no es tan capital. Sencillamente el querer ser es inevitable por el modo en que se produjo el génesis de la multiplicidad y el movimiento. No hay por tanto en realidad disyuntiva posible: todos somos y todos (salvo enfermedad mental) nos aferramos sin remedio a la existencia. No podemos no querer ser; sino al contrario, es obligado este arrebato innato por querer ser y persistir mientras no se logre la merecida redención. La evolución biológica nos ha preñado de ansia de ser, y como el maestro Schopenhauer bien observó: 
"El hombre puede, acaso, hacer lo que quiere; pero lo que no puede es querer lo que quiere"
Pero aunque esta disyuntiva no tenga pues sentido pragmático en cuanto al hombre (y a todo ser vivo) como sujeto, sí resulta de interés en cuanto a su reflexión objetiva: ¿es la existencia en general deseable? En este caso todo depende de la utilidad que se le pueda encontrar a la misma. Y como ya vimos anteriormente, el impulso más íntimo de todo ser no es la voluntad de vida (de existencia), sino la reminiscencia compartida del impulso primigenio que dio lugar al mundo de la multiplicidad como medio para alcanzar el no-Ser. La lucha por el ser viene impuesta como sabemos como un mero medio para lograr de manera óptima el no-ser; y he ahí que hallamos su utilidad fundamental. Pero resulta paradójico que tal utilidad para el ser no sea otra que la de favorecer la destrucción del potencial existencial, lo que nos deja de nuevo en la incertidumbre. Es necesario profundizar un poco más en el asunto. 

Según Mainländer, en el principio ya era el Ser (no hubo alternativa). La Unidad premundana existía y persistía en su inercia esencial. Y sin embargo, llegado el momento, ésta infinita Unidad se decantó por dejar esa existencia trascendente, y pasó así con su "muerte" a conformar nuestra realidad. En este sentido también fueron ya mencionadas las palabras de Schopenhauer que nos dicen que querer es esencialmente sufrir, y que como vivir es querer toda vida es por esencia dolor. Una manera en la que también nos habla el Budismo y otras religiones. Aunque en realidad nos vale con echar un vistazo a nuestro alrededor para detectar el tormento del mal en cualquier representación del ser. 

Teniendo todo esto en cuenta, parece que la respuesta correcta es la que dice que es preferible el no-Ser, puesto que si el ser es sufrimiento y lucha, el no-ser debe ser por contra descanso y paz. Además, ni siquiera el Ser primigenio que generó nuestro mundo pudo soportar como tal Su existencia. Es de suponer en este sentido que incluso esta eterna Unidad premundana sufría y padecía en cierto modo (quizás de algo parecido al hastío), y que como resultado acometió un único acto de "suicidio" que la transformó de esta forma en la multiplicidad actual. Pero precisamente desde ese momento; desde el mismo momento del génesis de lo múltiple y del movimiento, la existencia como tal tomó un sentido y una utilidad que anteriormente no pudo tener en la inmóvil Unidad previa. Desde que aparece lo múltiple, la existencia ahora logra un fin y un sentido, una finalidad con la que ayudar en cierta medida a la destrucción del potencial existencial; es decir, el ser se convierte en un medio con el que acabar de una vez por todas con la posibilidad del sufrimiento existencial. En este sentido, cualquier ser temporal dentro de la multiplicidad del mundo puede entenderse como un acto piadoso en contra de cualquier futuro dolor y pesar. En el contexto de la multiplicidad, podemos entender por tanto cualquier sufrimiento existencial como un bien del que otros hallarán provecho en el mañana, es decir; aquellos que gracias a este sacrificio previo no llegarán a alcanzar el ser. 

A modo de resumen se puede decir entonces que en general el no-ser es preferible al ser (cosa que simboliza el hecho de que nuestro mundo sea resultado del suicidio de "Dios"), pero que una vez acontecida la génesis de nuestra realidad, el ser adquiere entonces una utilidad y un sentido que le hacen temporalmente deseable frente al no-ser inmediato. Y es el hecho de que todo ser desde el la creación del mundo haya aportado siempre en cada segundo de su ser un grano de arena hacia la meta final de lograr acabar para siempre con el potencial existencial del dolor, lo que hace que todo ser sea en sí necesario y por tanto deseable hasta que la consumación final tenga lugar con la muerte "térmica" del Universo. Por lo tanto, a la clásica pregunta Shakesperiana podemos responder con un: "Mejor el ser, pero sólo como medio para evitar algún día finalmente la posibilidad del ser".

¿Ser o no-ser "humanos"?

Todo lo que hemos visto hasta ahora nos da una clara muestra de que la verdadera meta ideal (utópica o no) de la humanidad, y de cualquier otra especie inteligente que aparezca en el Universo, es la de lograr colonizar algún día todos y cada uno de los planetas del cosmos de un modo exponencial, y de manera que toda la energía y que todos los recursos posibles sean consumidos pronto por nuestro gran apetito existencial de tal manera que el potencial para la creación de nuevo movimiento y de nuevo ser se agoten así lo antes posible. Por lo tanto, con nuestra existencia y con la existencia de nuestros hijos; lo sepamos o no, contribuimos cada segundo de nuestras vidas en favor del mayor fin imaginable por el hombre: ayudar a terminar cuanto antes con el dolor y el sufrimiento para toda la eternidad.

Así pues: ¡vivamos, procreemos, luchemos, cooperemos, consumamos y experimentemos incluso con alegría cada segundo de vida! Dada la débil constitución material del hombre, nuestra redención personal tarda de hecho pocas décadas en llegar; y hay que aprovechar esas pocas décadas para exprimir nuestro potencial de aniquilación. Debemos por supuesto continuar entonces con la cadena evolutiva, y aportar en la medida de lo posible con nuestras acciones a incrementar el consumo de esa inmensidad de energía que ya no podrá ser usada nunca jamás para crear nuevo dolor. 

Un famosa frase de Schopenhauer empieza diciendo: "Los hombres se parecen a esos relojes de cuerda que andan sin saber por qué. Cada vez que se engendra un hombre y se le hace venir al mundo, se da cuerda de nuevo al reloj de la vida humana, para que repita una vez más su rancio sonsonete". Pero ahora comprendemos que esto no es cierto. Hemos hallado un sentido para dar con alegría cuerda al reloj de la vida humana, y no puede ser una meta más noble: cada vida que se engendra, no es otra cosa más que un gran paso exponencial adelante en la búsqueda por el no-ser definitivo.

Podemos ver nuestra existencia (y la de los nuestros) como un pequeño sacrificio temporal, lleno de padecimiento y dolor, pero en favor de un bien muchísimo mayor. En este sentido, y al contrario de lo que equivocadamente Mainländer defendía, se trata de defender la vida; la procreación, el consumo desmedido, y la experimentación vital. Hay que exacerbar la voluntad de vida, para satisfacer mejor así nuestra esencial voluntad de muerte. Para acabar con la potencialidad del dolor, no hay mejor modo que acabar con el potencial energético completo del Universo, y nuestra especie es especialista en ello. Vale la pena así invertir unas pocas décadas de dolor personal con la simple esperanza de que sea nuestra especie la que finalmente logre directa o indirectamente (mediante algún artilugio artificial), hallar el modo de acelerar la colonización y el consumo completo del potencial Universal. Después de todo, es la tarea que se nos encomienda evolutivamente a todos por el simple hecho de nacer: ¡hagámoslo pues con alegría! ¡Ayudemos con nuestra sufrida vida a impedir que algún día (y por toda la eternidad) sea posible volver a generar nuevo dolor, lucha y sufrimiento! ¡Ayudemos con nuestra fugaz existencia personal a alcanzar tan pronto como sea posible el no-Ser Universal, y disfrutemos de los goces que la propia naturaleza nos ofrece con cada paso a favor de tal fin que damos! El amor, la satisfacción, la empatía, la ayuda al prójimo, la procreación, el placer y todas nuestras emociones positivas en general, son premios que nos ofrece el mundo en forma de guía hacia la verdadera meta Universal por el no-ser; así que persigamos estos goces con vehemencia porque estas sensaciones positivas son las que nos indican precisamente lo que debemos hacer.

Ante el dolor en el mundo no hay, por tanto, que evitar el goce y las sensaciones positivas como defendía Schopenhauer con el ascetismo, ni tampoco expresar de manera inmediata la voluntad esencial por el no-ser como defendía Mainländer evitando la procreación  y cesando con el dolor aquí y ahora. Lo que debemos hacer en realidad ante esta realidad pésima, es no hacer nada: dejarnos llevar e incluso incrementar en lo posible nuestra voluntad innata de vida: sacrificar nuestro presente pesar y el de los nuestros, en favor de un pronto futuro donde tal pesar ya no sea posible para nadie en ningún lugar del Universo (y no sólo aquí en la Tierra).

La razón de ser de la humanidad.

Cuando Miguel de Unamuno publica en 1913 su obra en mi opinión más carismática: "Del sentimiento trágico de la vida", se puede ver que lo que realmente le angustia, no es tanto como parece trasmitir el autor la muerte personal y definitiva del "yo"; sino la muerte colectiva de la humanidad: si no hay nada más (un más allá), ¿para qué habría servido entonces todo el esfuerzo realizado por la humanidad una vez que todo acabe? Porque es un hecho que la humanidad llegará tarde o temprano a su fin. Es una certeza que algún día el ser humano desaparecerá. Y da igual si eso ocurre este siglo o el que viene, o si tenemos que esperar millones de años a que el Sol convertido en gigante roja se trague a la Tierra; o incluso como si hay que esperar a que esto ocurra dentro de miles de millones de años cuando el tiempo haga que la expansión del Universo y el agotamiento del combustible nuclear en las estrellas lleve al Universo a su "muerte" térmica. En realidad no importa tanto el cuándo, como el hecho en sí. En palabras de Unamuno:
"Quitad la propia persistencia, y meditad lo que os dicen. ¡Sacrifícate por tus hijos! Y te sacrificarás por ellos, porque son tuyos, parte prolongación de ti, y ellos a su vez se sacrificarán por los suyos, y estos por los de ellos, y así irá, sin término, un sacrificio estéril del que nadie se aprovecha. Vine al mundo a hacer mi yo, y ¿qué será de nuestros yos todos? ¡Vive para la Verdad, el Bien, la Belleza! Ya veremos la suprema vanidad, y la suprema insinceridad de esta posición hipócrita."
Sin embargo, ya vimos antes que el sacrificio de la humanidad no es para nada estéril, ni tampoco el sacrificio personal. Y por tanto no es necesario apelar a un "más allá", como hace en su obra Unamuno, para hallar consuelo. El sacrificio personal por nuestros hijos, nuestros actos de amor y empatía hacia el prójimo, nuestro instintivo impulso hacia la guerra y la disputa, toda la ciencia y la tecnología, nuestras obras de arte y de ocio, la cooperación y la confrontación social; todo acto humano en general, ahora comprendemos que van dirigido hacia un fin: todo nuestro dolor y lucha, todos y cada uno de nuestros actos individuales, servirán de provecho algún día. La razón de ser de la humanidad no será así un sacrificio estéril del que nadie se aprovechará; sino que será un duro sacrificio colectivo que llevará finalmente a apoyar a que en el futuro nadie más sufra y padezca como nosotros. Ayudaremos dentro de nuestras posibilidades a consumir y destruir el mundo, y con ello evitaremos que otros muchos más sufran en el mañana. En el presente somos muchos los seres vivos que padecemos en la existencia (y posiblemente no sólo aquí en la Tierra), pero es un consuelo saber que todos los actos y todos los movimientos, tanto de los seres inertes como de los vivos, aquí y en cualquier lugar del Universo, van dirigidos hacia la única meta de acelerar la desaparición del potencial existencial, la fuente de todo sufrimiento y dolor. Es una suerte de "piedad" Universal la que sirve y se aprovecha del sacrificio temporal del (finito) ser presente, para evitar de la manera más rápida posible el eterno e infinito potencial dolor del futuro.

En todo este sentido, amamos a nuestros hijos con la única confianza de que su genética (tan parecida a la nuestra), le permita como a nosotros prosperar y perpetuar nuestra eficiente estructura física: un soma capaz de idear y crear (gracias a nuestra gran capacidad craneal) innumerables e increíbles maneras de producción y de consumo de recursos. Porque es un hecho innegable que la humanidad ha consumido en apenas 10.000 años de civilización más energía libre que cientos de billones de otros seres juntos, y que además nuestra capacidad intelectual ya sueña desde hace tiempo con la construcción de una inteligencia artificial capaz de continuar e incluso acelerar este ritmo de consumo exponencial, y no sólo aquí, sino también mediante la colonización de otros planetas.

El ideal humano, la razón de su ser; no es pues más que un fuerte reflejo de esta verdadera "piedad" Universal; formando parte de la meta más importante e imaginable por el hombre: salvar al mundo cuanto antes del sufrimiento y el dolor, de la necesidad, la lucha y el ser; del cambio y el movimiento. Somos fruto y resultado de una herramienta (la evolución y la dinámica física) ideada por la Unidad primigenia para producir el tránsito más acelerado posible al no-Ser; y así como percibimos de tal modo en nosotros mismos parte de los fragmentos de ese "dolor" esencial, también compartimos en esencia este impetuoso deseo original por "acabar" con el ser.

Y deberíamos sentirnos orgullosos. Somos (al menos aquí en la Tierra), los seres que más y mejor contribuimos en favor del sacrificio Universal. Por lo tanto dejémonos llevar sin complejos: amemos, ayudemos al necesitado, estudiemos e innovemos tecnológicamente, procreemos en lo posible, trabajemos para mantener nuestra complejidad personal y social todo el tiempo posible; y luchemos con todas nuestras fuerzas por ejemplificar del mejor modo posible nuestra voluntad de ser (de vida) necesaria para lograr acelerar de la manera más eficiente el verdadero fin: la subyacente voluntad de destrucción (de muerte).

Y es que el mejor modo amar al prójimo (humano, no humano, ser vivo o inerte) es mediante la completa protección frente el sufrimiento y el dolor; y la única manera de conseguir tal cosa es evitando a priori el potencial para ser. Es por tanto necesario un sacrificio previo con el que abolir este potencial, y es el sentido esencial de la humanidad participar en este sacrificio con vehemencia y todo el tiempo posible: este sacrificio nuestro (compartido por el resto de seres presentes) es en sí un acto de amor. El acto de amor más grande y puro imaginable. Por lo tanto vivamos y sobrevivamos sin complejos y con pasión del modo en que siempre lo hemos hecho, porque nuestra simple existencia supone un bien para el mañana. Baste pensar en cuánto dolor se habría ahorrado aquí en la Tierra durante estos miles de millones de años, si en el pasado el conjunto Universal del ser hubiese logrado consumir ya el potencial para crear un nuevo ser. ¡Cuánta tragedia no se habría impedido! Pero eso no ocurrió, y nuestra tarea es contribuir en lo posible a que en el futuro (y cuanto antes) toda nueva existencia sea cada vez menos probable en cualquier lugar Universo.  

Un objetivo a largo plazo.

Pero este objetivo del que os vengo hablando es un sacrificio a largo plazo. No se trata de desaparecer como persona cuanto antes, sino de durar todo lo posible; no se trata de evitar que nazcan nuevos niños, sino en ayudar a que nazcan todos los niños posibles; no se trata de evitar la lucha y el dolor o tomar el camino del ascetismo, sino de abrazar y ensalzar nuestro padecimiento vital buscando la manera de sobrevivir y de criar a nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos de manera que la cadena de consumo continúe al máximo ritmo posible. No se trata por tanto de acelerar al corto plazo nuestro fin como persona o especie en un intento por terminar con nuestro sufrimiento; sino en mirar más allá: se trata de enaltecer en todo lo posible nuestro sacrificio como parte de la humanidad, sufrir hoy, para terminar cuanto antes con el potencial vital de sufrimiento en el mundo. Se trata en el fondo de sentir piedad; de lograr sacrificarse por el enorme dolor que se evitará en el futuro gracias a nuestro dolor presente.

Y puede que parezca osado pensar que tengamos esta capacidad para afectar a algo tan grande como el Universo y a su enorme potencial de movimiento; pero es posible que de alguna manera: directa o indirecta (con nuestra progenie), logremos algún avance tecnológico capaz de acelerar de verdad el futuro final "térmico" del Universo. Quizás alguno de nuestros nietos, bisnietos o tataranietos logre idear algún algoritmo de inteligencia artificial tan capaz como nuestro cerebro para continuar con nuestra tarea como especie. Sería entonces este algoritmo, más eficiente que el hombre en cualquier tarea o trabajo, embebido en un artificio auto-ensamblable el que finalmente nos sustituya en nuestro actual sacrificio (redimiendo a nuestra especie por el camino); y posiblemente sea tal ente catalizado por nosotros el que logre en algún momento colonizar otros planetas y sistemas solares (puesto que nuestra biología orgánica es demasiado débil para ello), acaparando de este modo con toda la energía libre a un ritmo inimaginable hoy día, y a escala cósmica. Evidentemente transmitiremos (sin ni siquiera pretenderlo) a este artilugio artificial nuestra voluntad esencial por el ser (de manera que el auto-ensamblaje sea eficiente y activamente "buscado"), y transmitiremos a esa conciencia artificial también (igualmente sin pretenderlo) nuestra velada voluntad de muerte y destrucción; al requerir físicamente este exponencial auto-ensamblado consumir enormes cantidades de energía. Transmitiremos, en suma, nuestra heredada historia evolutiva de voluntad de vida y de muerte a esta creación artificial, la cual terminará finalmente actuando como nosotros, pero de manera más eficiente.

Pero en realidad no importa si somos nosotros u otra especie en cualquier lugar del cosmos la que dé el paso definitivo hacia la explotación exponencial definitiva de energía a gran escala: lo verdaderamente importante es sentir y vivir con la conciencia de la piedad que nuestro presente padecimiento supone en contra de la posibilidad de más dolor en el porvenir; e intentar por tanto con todas nuestras fuerzas participar en este proceso con alegría: procrear, criar, estudiar, avanzar, trabajar y luchar: y todo por el simple hecho de comprender que como consecuencia de nuestras lágrimas, y de nuestro sudor, quizás algún día aparezca y surja el modo en que todo el sufrimiento; todo el potencial de ser, desaparecerá sin demora del Universo. Quizás nuestro dolor de hoy sea capaz de acelerar el modo de evitar una infinidad de dolor en el "lejano" futuro. En cualquier caso, sólo la mera posibilidad ya da sentido a nuestra persistencia por el sacrificio del ser.

Y es que además no tenemos que hacer gran cosa para actuar de este modo. Ya la evolución se ha encargado de que estos sean precisamente los valores y los deseos que nos mueven y nos empujan cada mañana al despertar. Simplemente hay que dejarse llevar, puesto que ya nuestra esencia heredada "conoce" y dirige toda nuestra voluntad diaria hacia la verdadera y velada meta.

IV. Ética y moral.

Nos podemos preguntar entonces qué está bien y qué está mal dentro de este panorama. La respuesta es sencilla: se puede considerar como bueno, todo aquello que sirva en favor de los fines evolutivos, es decir; en favor de la replicación del consumo energético a largo plazo. Cualquier conducta que garantice que la cantidad de energía consumida en el futuro será la máxima posible, será una conducta que se podrá considerar buena. Y además, puesto que las circunstancias naturales se van modificando, lo que está bien también será relativo a dichas circunstancias; siendo bueno a veces algo que antes no lo era, y viceversa.

Por lo tanto, si lo que garantiza a largo plazo una mayor replicación y estabilidad de consumo humano es racionalizar la energía para que más gente pueda hacer uso de ella replicando así su ser y multiplicando con ello el consumo total, pues que así sea. Y lo mismo cabe decir para los ideales ecologistas, comunistas, democráticos, anarquistas, fascistas, etc. Si es, por ejemplo; necesario salvar por el bien común una especie del ecosistema (como las ballenas, las abejas, etc.): eso está bien; y si por contra hay que aniquilar a cualquier especie o ser vivo (bacterias, parásitos, etc.) por este mismo bien común: eso también estará bien. Todo es relativo, y cualquier propuesta en general podrá ser buena o mala según la situación en que se exprese. Lo verdaderamente importante es que siempre se intente llevar a puerto aquellas actuaciones personales y sociales que ayuden (mejor dicho; que sea probable que ayuden) a maximizar el consumo futuro más óptimo posible dado el entorno particular presente.

¿Y cómo saber entonces dentro de esta relatividad y este constante cambio de intereses si estamos haciendo el Bien o el Mal? Es sencillo: déjate llevar por tus instintos evolutivos. Si piensas (si sientes en realidad) que eres una persona sana y mentalmente equilibrada, haz entonces simplemente todo aquello que te haga sentir bien; y evita al mismo tiempo siempre aquello que te desagrade. Cualquier conducta que te produzca un refuerzo (un sentimiento) positivo, muy probablemente sea algo bueno (salvo, como digo, enfermedad neurológica). Y es que cualquier persona mentalmente "sana" ya lleva en su cerebro evolutivo un eficiente clasificador entre el "Bien" y el "Mal", y sólo se trata de dejar que dicho cerebro detecte por si mismo los patrones particulares a cada individuo, entorno, y circunstancias, de manera que la respuesta "correcta" aparezca por sí sola a modo de emoción con un sentimiento de premio o castigo ante nuestros actos. 

Es en este sentido que el placer (el goce) y el bienestar personal sean un claro indicativo de que nuestras acciones van bien encaminadas hacia la maximización global del consumo a largo plazo (y por tanto, de la destrucción). Tanto si el bienestar te lo produce aprender y estudiar para encontrar una cura contra el cáncer, como si te lo produce ir de voluntario al tercer mundo repartiendo vacunas, si te lo produce trabajar de sol a sol para criar a varios hijos, o si el bienestar te llega por cuidar personas mayores, por defender a la población como policía o militar, o siendo un inversor de bolsa; da lo mismo: todo lo "bueno" se reduce siempre en aumentar y a mejorar la calidad y la cantidad de vida, lo cual es finalmente sinónimo de que se va a aumentar la producción y el consumo total con vistas al futuro (i.e.; que siempre se va a intentar optimizar en el tiempo la esperanza media neta de consumo energético). Es resumen: todo acto nacido de nuestro bienestar personal va a contribuir normalmente (de media) a devorar en mayor medida y más rápidamente los recursos y el potencial disponible.

Pero también vimos antes que todo se mueve en un terreno de competición y lucha entre seres dentro de un proceso evolutivo de mejora continua por y para optimizar el modo de acelerar esta caída en el potencial; y por tanto, lo que para algunos es "bueno", para otros es "malo"; pero esto es así sólo en la medida en que la acción del otro dificulta nuestra propia lucha personal en favor de este bien común que acabamos de estudiar. El que, por ejemplo; me roba recursos, me perjudica en cuanto que me impide que pueda criar y cuidar bien de mi progenie y de los míos, lo que perjudica en el fondo mi aportación a consumir de manera eficiente el mundo; pero igualmente el ladrón realiza el hurto para su propia contribución personal y la de los suyos. Es por eso que el ser humano en particular se auto-impone una serie de normas sociales (leyes), para así poder empujar todos en conjunto con la mayor fuerza posible y del modo más equilibrado y "justo" en la dirección que realmente interesa: el crecimiento, la replicación, el consumo y, por ende, la destrucción.

Por lo tanto, si a modo personal lo que está bien es aquello que nos hace sentir bien, a un mayor nivel de abstracción, lo humanamente "Bueno" se corresponde con aquella estructura social que más y mejor permita de manera global llevar a mejor puerto la velada voluntad de muerte. Y también aquí es relativo a las circunstancias lo "Bueno" y lo "Malo", siendo en ocasiones una determinada estructura social "buena", y bajo otras circunstancias tomarse como mala y viceversa. Habida cuenta de este hecho, debemos de nuevo medir y diferenciar lo socialmente Bueno de lo Malo en torno a la optimización que una determinada estructura social prometa, de manera que se realice siempre aquello que garantice una mejor esperanza (al largo plazo y a nivel mundial) en el consumo energético. Tal estructura óptima puede imponerse mediante la cooperación o la fuerza, no siendo preferible (ni "mejor") una sobre la otra, siempre que el resultado final sea el deseado: el mayor aumento posible de consumo; algo que normalmente se consigue mejorando cuantitativa y cualitativamente el nivel de vida de las personas (de modo que cada vez haya más gente viva, y que además cada vez más sean los que tengan derecho a la mayor cantidad de productos y servicios posibles); pero que en otras ocasiones se consigue con estrategias alternativas como una mejora de eficiencia en las técnicas de producción, que sin embargo no tiene impacto directo en el bienestar medio (como parece ocurrir actualmente con la gradual desaparición de la "clase media"). Pero es que esto no es lo importante: no es buena o mala una estrategia social según la calidad media de vida que produzca, sino que como decimos, una estrategia social es buena o mala en la medida que consiga maximizar el consumo y la producción al largo plazo. Y esta es, y debe ser, la vara de medir en la guía del futuro progreso humano.

V. Conclusión.

Todo lo dicho hasta ahora es muy sugerente. A muchos seguro que le habrá despertado la curiosidad, y a otros posiblemente estas ideas les habrán desagradado. Todo depende de los prejuicios de partida de cada cual. Sin embargo, es interesante estudiar si hay algún soporte empírico detrás de todo este argumento, que es en realidad lo que de verdad importa. En este sentido, en mi opinión personal hay varias "pistas" inmanentes que parecen apuntar claramente en la dirección de la cosmovisión aquí propuesta. Vamos a verlo con detalle:

- Tenemos primero el hecho de que el mundo comenzó, según la cosmología moderna, en un estado de máximo orden (o mínima entropía). Un estado de densidad casi infinita; donde la multiplicidad no era apenas posible y donde el movimiento y el cambio no tenían apenas "lugar" para acontecer. Esta pseudo-singularidad originaria era en este sentido una unidad intemporal (puesto que sin cambio no es posible el transcurso del tiempo). Esta unidad primigenia se puede relacionar fácilmente con la unidad premundana de la que nos habla Mainländer. 

- Llegado cierto momento, tuvo lugar lo que en cosmología se denomina la inflación cósmica; un evento que llevó en apenas 10^-33 segundos (0,00000000...000000033 segundos) a expandir el tamaño de la realidad en un factor de 10^26 (1000000...00000000). Esta inflación se puede relacionar naturalmente con una especie de "voluntad" de cambio por parte de la anterior unidad primigenia. Y esta "voluntad", este evento acontecido a los pocos segundos del inicio del mundo, fue el verdadero hecho original que permitió de facto la posibilidad de la multiplicidad y el movimiento. Supuso una especie de "transfiguración" de la intemporal unidad primigenia original en una multiplicidad llena de posibilidad de cambio y movimiento; apareciendo con este nuevo potencial al mismo tiempo la posibilidad del tiempo: el transcurso de acontecimientos. Esto correlaciona en cierto modo con la idea original de Mainländer, donde fue el "suicidio" de "Dios" (esa eterna Unidad trascendente), lo que dio inicio al espacio, al tiempo, a la multiplicidad fenoménica observada y a su dinámica.

- Por otra parte, también la física nos enseña que el proceso de creación, la génesis acontecida tras el Big Bang; vino así mismo acompañada con una serie de reglas preestablecidas (leyes) para la dinámica aparecida dentro de esta nueva realidad de multiplicidad y cambio. Y que además todo viene perfectamente engranado para que finalmente el mundo se mueva necesariamente en una dirección muy determinada y dictada por lo que se conoce como la segunda ley de la termodinámica. El orden natural siempre debe disminuir en favor del desorden. O, lo que es lo mismo; la energía libre (la energía útil para realizar un nuevo movimiento efectivo y diferenciable) siempre debe disminuir en el tiempo. Este constatable hecho físico supone, siguiendo la tesis de Mainländer, que la unidad primigenia se transformó en una multiplicidad con una "intención" y una "voluntad" muy clara y determinada: que el potencial de movimiento y de cambio efectivo sea cada vez menor en el tiempo hasta que llegue un momento futuro en que, sencillamente, la "muerte" térmica acabe con todo este potencial primigenio; finalizando todo el Universo de este modo en un no-ser eterno. Esto se puede entender (metafóricamente al menos) como una especie de "suicidio" de esa unidad primigenia que, de alguna manera, "buscó" el no-ser, pero que sólo pudo lograrlo mediante esta multiplicidad tendiente a anular todo el potencial inicial llevando finalmente por completo a la "muerte" a la propia realidad.

- La ley de conservación del momento, de la energía y de la información garantizan por cierto que la multiplicidad actual, y la unidad "previa" al Big Bang sean en potencia una y la misma cosa. Es decir; que ambos estados de la realidad posean el mismo potencial efectivo; y que se pueda entender por lo tanto que el estado de nuestro mundo actual, y el estado anterior a la creación, poseen un común denominador, esto es: que son la misma cosa en una fase existencial diferente (transfigurada). No es necesario de este modo que nada trascendente por tanto soporte actualmente el mundo, puesto que el Universo actual no sería más que el mismo "Universo" primigenio configurado de distinta manera. Y este hecho cosmológico cuadra también perfectamente con la metafísica de Mainländer, donde éste nos habla de que fue el paso de la Unidad primigenia a la multiplicidad lo que dio origen a lo que entendemos por nuestra realidad actual. En este sentido "Dios" (la Unidad premundana) fue, pero dejó de ser al convertirse (transformarse) en la multiplicidad, guiado por su "deseo" de cesar su existencia efectiva de la manera más rápida posible (y dado que su potencial original no le permitió el paso inmediato al no-ser).

- Existe también una fuerte correlación física entre complejidad y consumo de energía. En concreto, la termodinámica lejos del equilibrio térmico nos demuestra que todo aumento local de complejidad debe ir acompañado siempre de un aumento global de entropía en proporción directa al orden total generado mediante dicha complejidad. Esto implica que conforme las estructuras físicas aumentan en complejidad, lo hará en igual grado el aumento en la entropía; y dado que la física del mundo como hemos visto favorece en estos entornos lejos del equilibrio a la "lucha" y la "competición" existencial, eso da lugar a un proceso espontáneo natural evolutivo, cuya dinámica obliga entonces a que tenga lugar una exploración natural en busca de la mayor complejidad posible, lo que lleva aparejado el hecho de que la dinámica del mundo "busca" también por lo tanto un aumento acelerado en el consumo global de energía (maximizar el aumento entrópico). En ciertas circunstancias (como las acontecidas aquí en la Tierra hace aproximadamente 4.500 millones de años), este proceso natural evolutivo acaba alcanzando una complejidad estructural capaz de auto-replicarse, con lo que se logra por fin que el aumento en el consumo energético alcance cotas exponenciales mediante la duplicación biológica (orgánica).  

Este último punto da mucho que pensar, y nos debería hacer sospechar como poco sobre si este comportamiento natural visto no esconde después de todo algún tipo de teleología natural. En el caso de la cosmovisión que estamos tratando, esta "búsqueda" natural correlaciona realmente bien con la idea principal defendida, según la cual el mundo "necesita" terminar con toda la energía libre tan pronto como sea posible, y que toda la historia evolutiva natural física y luego biológica son meros medios con los que se pretende lograr tal fin. De hecho, la propia física del mundo ya garantiza de base su "muerte" térmica total dentro de aproximadamente 10^100 años (1000000..00000000000000 años); pero es que además parece que se pretende acelerar esta "muerte"...y a ser posible, exponencialmente. El mundo parece realmente "buscar" y "explorar" activamente el consumo exponencial de energía, y eso podría ser causa de la propia base esencial que nos dio origen, la cual "buscaría" apresurar así su propia muerte por todos los medios físicos disponibles.

Y realmente es importante apuntillar esto: la expansión acelerada del Universo, la finitud del combustible nuclear en todas estrellas, y finalmente la evaporación de los agujeros negros mediante la radiación de Hawking, garantizan ya a priori una lenta "muerte" térmica para el mundo. Existe de hecho hoy día un enorme consenso científico que apunta a esta inevitable muerte; pero es que resulta que el mundo parece que no se "conforma" con haber nacido como hemos visto condenado a muerte, sino que "pretende" que esta "muerte" llegue cuanto antes: de hecho parece "desear" encontrar el modo de acelerar exponencialmente su anunciada "muerte". Es complicado desechar la idea de que este comportamiento inmanente natural no sea precisamente una mera representación del deseo esencial con el que este mundo fue concebido. 

Nuestro mundo pudo ser de muchas maneras diferentes, y posiblemente también pudo permanecer como la eterna Unidad intemporal que un día fue; pero resulta que en algún momento esta Unidad se vio obligada a convertirse en multiplicidad (o quizás lo "decidió" de algún modo). Pero este paso a lo múltiple tuvo lugar con unas reglas (leyes) añadidas que, pudiendo ser de una infinidad de maneras posibles, fueron sin embargo tales que garantizaban no sólo un frío final inerte para su nuevo ser múltiple, sino que también contenía a priori el potencial para acelerar dicho final, llegado el caso incluso de un modo exponencial: ¿casualidad? Puede ser; pero también puede ser que, como defendía Mainländer, el mundo sea consecuencia de una Voluntad trascendente; del único acto, de hecho; que una eterna Unidad premundana puede tomar con libertad: dejar la existencia y pasar al no-Ser. Acometer su "suicidio", quizás hastiada de su eterna existencia. Es evidente, además, que esta especie de eterna Unidad no pudo pasar inmediatamente a la nada sin agotar antes su enorme potencial existencial; por lo que acometió su paso al no-Ser de la única manera en que pudo: pasando primero a convertirse en multiplicidad y potencial de movimiento, y diluyendo luego dicho potencial de la manera más rápida posible hasta acabar con todo.

Si finalmente fuese este el origen de nuestro Universo, se podría entonces decir que toda la multiplicidad existente hoy día estaría íntimamente conectada a esa unitaria esencia premundana; y que por esa misma razón, todo ser, tanto inerte como animado, compartiría y se nutriría en cierta medida de la misma voluntad de muerte y aniquilación que nos dio de este modo origen. Como hemos dicho, quizás fue una especie de hastío ante una eterna existencia lo que llevó a "Dios" a realizar un único acto de desesperación: dejar el Ser, y que sólo pudo hacerlo dando origen a nuestro mundo de la multiplicidad. En este caso, su dolor y su desesperación por desaparecer fue transmitido en tal proceso a su creación, y la tarea de todo ser desde entonces no puede ser otra que la de terminar tan pronto como sea posible con el futuro potencial para ser. 

Por lo tanto ; es mejor el ser al no-ser, pero solamente como un medio para lograr que algún día no sea ya posible un nuevo ser. Y ese día sin duda llegará; y toda la historia del Universo no será otra cosa más que la historia del modo en que mejor fue posible acabar por fin con el potencial del sufrimiento en el mundo. En este sentido, toda aportación humana en favor de acelerar este fin al largo plazo (simplemente viviendo según nos guía la evolución con sus premios y castigos) habrá sido un acto de piedad, y como tal, hará que todo el dolor sufrido y por sufrir por cada hombre individual tengan sentido y lleven a su redención personal. Ninguna muerte habrá sido en vano, y ninguna vida habrá sido inútil. Se puede por tanto decir que cada uno de los sucesos vividos y por vivir de cada ser humano en particular es así un acto de sacrificio y de bondad; y que de hecho, la historia natural del mundo no lo olvidará. Y no debe ser otra cosa más que ese mudo agradecimiento llegado desde el futuro por el dolor evitado gracias a nuestros actos presentes lo que nos debe servir de consuelo ante nuestro propio y actual calvario. 

Referencias principales.

El Mundo como Voluntad y Representación Vol.II. Obra fundamental de Arthur Schopenhauer.
Filosofía De La Redención. Trabajo capital de Philipp Mainländer.